ARTUR MAS HA PERDIDO EL NORTE
Hay momentos inolvidables e irrepetibles. Hay instantes, imágenes, gestos y palabras capaces de mostrar en un plis plas tanto la amargura como la felicidad, tanto la desazón como el vacío. El día de autos fue uno de esos días; sí, el día en el que ¡Por fin! los catalanes nos sacudimos de encima el culebrón de la financiación. Feliz para unos. Aciago y triste para otros. Pleno de esperanzas para los integrantes del gobierno tripartito –claro está- pero también para un montón de agentes sociales, para la Cámara de Comercio, los sindicatos y buena parte de los profesionales de la comunicación. Por cierto, estos últimos hartos ya de tanta declaración y contradeclaración vacua. Y es que es evidente, un acuerdo bueno y razonable para las partes en materia de financiación genera un beneficio inmediato, crea seguridad, fabrica confianza y ejerce de bálsamo reparador en una situación de crisis económica como la que estamos atravesando. Pero no todo fue desahogo y alivio el día de marras. La comparecencia televisiva de CiU protagonizada por su ariete más agresivo, Felip Puig, a la verita de la “paloma” de Unió, Joana Ortega, será difícil de olvidar por su patetismo e inconsistencia. El rostro tenso de Puig y su desabrido discurso marcaron los primeros compases de un agrio lamento que ha lanzado a la coalición al aislamiento y la soledad. Puig habló de ilegalidad, de fraude, de engaño, de falsos patriotas… Puig arremetió contra el Tribunal Constitucional, contra ERC, PSC e IC, contra el gobierno central, contra el mundo y todas sus galaxias. Pero lo más grave de la escenificación del portavoz convergente fue que mintió. Blandió el Estatuto de Catalunya argumentando que el acuerdo lo devaluaba cuando la realidad demuestra que lo respeta escrupulosamente. Felip Puig y Artur Mas obvian que, por primera vez en la historia, Catalunya va a gozar de una financiación por encima de la media española. Callaron también que el nuevo modelo va a aportar, secuencialmente, a las comunidades autónomas una cifra superior a los 11.000 millones de euros. Error, craso error del que se lamentaban al día siguiente –eso sí, en privado- un buen número de diputados y algunos dirigentes de Unió. ¿Fallo de cálculo? ¿Improvisación? ¿Qué pensará de todo ello el bueno de Duran Lleida? A estas alturas de la película, que más da.
En sus prisas por volver al poder, Artur Mas y sus partidarios depositaron sus esperanzas en que un desacuerdo, o un mal acuerdo, abriera fisuras en el armazón del gobierno que preside José Montilla. Soñaron provocar fugas y deserciones confiando en que un nuevo “efecto” Carretero cercenara las filas republicanas. Los nacionalistas catalanes han subvalorado demasiadas cosas. La primera: la capacidad del gobierno de Rodríguez Zapatero de modelar y modular el susodicho acuerdo. La segunda: la perseverancia, paciencia y claridad de objetivos del gobierno catalán y de su conseller d’economia, Antoni Castells. La tercera: el alto grado de responsabilidad política, maduración y cultura de gobierno atesorado por los partidos coaligados. La por CiU esperada “espantada” de ERC no fue tal, si no todo lo contrario. Las cifras, los datos económicos conocidos hasta ahora sobre la financiación no son cicateros si no más bien generosos con Catalunya. Las perspectivas de futuro, lejos de aparecer amenazantes son esperanzadoras… Y, para colmo de males convergente, el mundo económico y empresarial aplaude sin tapujos el acuerdo alcanzado por los gobiernos catalán y español. Los recursos económicos que de forma inmediata va ha recibir el ejecutivo de Montilla facilitará reorientar la política presupuestaria de la Generalitat atajando el déficit y le permitirá luchar, con mayor eficacia, contra la crisis. El panorama político ha cambiado aquí y en Madrid. Resulta obvio pues que CiU ha perdido su último tren, el tren que les hubiera llevado a pedir unas elecciones anticipadas y la ruptura del tripartito. Malas lenguas afirman haber visto a prohombres de la coalición agazapados en un andén esperando ver un hipotético descarrilamiento del convoy del Tribunal Constitucional.
Y es que, amigos míos, parafraseando una vieja canción de los sesenta, Artur Mas ha de comprender que: “los trenes de sus deseos van al contrario de la realidad”.
Articulo que he escrito para El Mundo
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