SOLO LE PIDO...
Les aseguro a ustedes que estas lineas no son un ejercicio frívolo de equidistancia; tampoco una búsqueda de culpables -seguro que los hay- para echarles en cara su crueldad, su manifiesta maldad. Son tan solo un lamento, son la expresión escrita de la pena que me corroe por dentro tras contemplar el cuerpo de una niña destrozado por las bombas en la franja de Gaza, o la garganta cercenada de una joven en un kibutz cercano a la frontera. Cuando la sinrazón y el odio se apoderan de las acciones de los hombres, la humanidad languidece y nos sumergimos en una barbarie en la que aflora la muerte. Tres minutos de imágenes de destrucción y guerra en televisión bastan para remover el estómago de cualquier persona con un mínimo de sensibilidad. Esos mismos noticiarios que nos aterrorizan narrando las consecuencias de los combates, más tarde nos obnubilan mostrando manifestaciones de apoyo a uno y a otro bando, recogiendo declaraciones de jefes de estado y de sesudos analistas. Algunos políticos, los hay mezquinos, incluso intentan obtener réditos de estas tristes circunstancias. Mientras todo ello acontece, bombas, balas y misiles siguen sembrando la muerte con la bendición de los gerifaltes de ambos bandos. En esos instantes, si les invade una extraña sensación de impotencia, les recomiendo recuperar la inolvidable canción de Mercedes Sosa que decía: “Solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente. Es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”.
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