Convencer es vencer
El panorama político catalán apenas ha variado tras las elecciones del día de Todos los Santos. Los bloques de la derecha y la izquierda siguen contando con un número similar de escaños al de la anterior legislatura. Nada sugiere, pues, un cambio copernicano en el color de lo que ha de ser el nuevo ejecutivo catalán. A pocos días de la constitución del nuevo Parlament la formación de un gobierno catalanista de izquierdas parece garantizada, a no ser que surgieran situaciones inesperadas de última hora o exigencias inasumibles para el PSC. Pero, a pesar de esta continuidad anunciada, algunas cosas si que han cambiado. La ciudadanía se ha expresado en las urnas apostando por sus respectivas opciones políticas en un 56’7% pero también una parte sustancial de la misma ha optado por permanecer en casa o blandir la papeleta blanca como una forma de protesta civilizada, democrática y coherente.
La sociedad catalana disfruta de un buen momento económico y de un clima social relativamente plácido. Las tasas de paro se contienen por debajo de la media europea. La calidad de vida de los ciudadanos –más allá de los problemas endémicos del sistema- es aceptable y, a pesar de esta atmósfera poco asfixiante, el ciudadano ha manifestado un notable desapego de la política a la hora de participar en estas elecciones habrá que estudiar que sucede.
¿Qué ha ocurrido? Muy sencillo. Los resultados tienen poco que ver con las pretensiones iniciales apuntadas por algunos de los principales partidos en liza. CiU ha ganado las elecciones en votos y en escaños. Cierto, tan cierto como que han jugado un buen match pero no se han clasificado. No han conseguido pasar a la siguiente ronda. Es más, la campaña gestionada por David Madí, ha generado daños colaterales irreparables. Han conseguido, entre el desprecio y el DVD, la esterilización de cualquier acuerdo con las otras formaciones del arco parlamentario. La película comenzó con una comedia notarial contra el PP para seguir con una manipulación poco elegante de imágenes de la televisión pública. Artur Mas ha jugado al todo o nada y va ha quedarse con el nada. El ciudadano puede perdonar y pasar por alto la mayor parte de desatinos de los políticos pero exige de sus representantes públicos capacidad de diálogo y, sobre todo, de integración. La actitud y la campaña de Artur Mas ha sido en este sentido lo contrario a tender puentes y buscar puntos de encuentro. Hoy Mas se halla aislado con escasa capacidad, a pesar de tener más escaños, para pactar su entronización en la presidencia de la Generalitat.
El PSC retrocede en representación parlamentaria y en votos pero, no obstante, continua siendo el eje referencial de un proyecto catalanista y de izquierdas. Sobre los socialistas se ha cebado la abstención y recae el pago de la factura de los errores del gobierno de los mil días. Por si fuera poco el PSC ha afrontado estos comicios con un cambio en la candidatura. A pesar de todo ello, a pesar de la erosión inherente a toda gestión gubernamental y de las trifulcas generadas alrededor del debate estatutario, los socialistas resisten, como también lo hace ERC. Lo hace con el valor añadido de que el candidato José Montilla emerge como un hombre capaz de liderar acuerdos y aunar, bajo un programa común, las distintas sensibilidades de la izquierda. Así las cosas el vencedor en escaños es, sin lugar a dudas Artur Mas. Pero, el vencedor en consensos, en crear sinergias positivas para gobernar es José Montilla. El nuevo panorama político catalán ha quedado dibujado en base a una derecha dividida e incapaz de comunicarse entre sí y una izquierda con ánimos y deseos de rectificar, de corregirse a sí misma. Una izquierda que ha hecho acto de contrición y comienza a aplicar elementos correctivos.
Los tiempos que se avecinan no van a ser fáciles. Sobre la mesa se halla pendiente el desarrollo de los contenidos del nuevo Estatut. La política española y catalana se condicionan mutuamente. Sabemos que el PP busca la confrontación con el PSOE en terrenos, como el catalán, susceptibles de producir rendimientos inmediatos. El espantajo de una coalición de izquierdas -amplificado por algunos medios de comunicación y analistas de tres al cuarto- va a emerger como un escollo, no lo duden, en esta nueva andadura de la izquierda. Ahora bien, Catalunya ha demostrado en las urnas que es mayoritariamente progresista. Todo el mundo sabe que entre PSC e IC ha habido históricamente vasos comunicantes, votos comunicantes. La suma de las voluntades manifestadas a favor de las izquierdas es mayor que el voto plebiscitario anti tripartito que solicitó CiU. No intentar, sobre nuevas bases y acuerdos claros, una reedición del gobierno de izquierdas seria una traición a las indicaciones del electorado. Henos pues instalados en la tarea de alumbrar un pacto consensuado para conseguir un gobierno estable y potente, un gobierno con voluntad de convencer. En política convencer deviene, casi siempre, un preámbulo para vencer.
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