ARTICULO PUBLICADO EN "EL MUNDO"
Los Presupuestos Generales del Estado han pasado la prueba del algodón. Sí, por la mínima y rozando el larguero. Lo reconozco, pero los tres puntos se los lleva el Gobierno en campo ajeno, con el árbitro casero y con la atmósfera enrarecida por infraestructuras en conflicto, por alterados nacionalismos y por un terrorismo rearmado. Presupuestos salvados por la mínima y en el último momento. Obvio, pero ya nadie recuerda, o no quiere acordarse, de las múltiples angustias presupuestarias vividas en la época del idilio entre Aznar y Pujol –iba de un voto- y de los majestuosos e ignominiosos pactos que los legitimaban. Pero no solo el Gobierno de España está gozoso con la aprobación inicial de las cuentas del Estado. ERC, IC y CiU también han respirado tranquilos sacándose un gran peso de encima ¿Porqué? Muy sencillo: el rechazo, la devolución de los presupuestos al Gobierno no solo hubiera sido una derrota del Ejecutivo si no que implicaba, también, un serio varapalo a las inversiones previstas en Catalunya. Los que irresponsablemente se han abstenido, o han votado en contra, nos han hecho correr, como país, un riesgo innecesario. Han tentado la suerte gratuitamente. Los millones de euros previstos estatutariamente y los pactos entre el Conseller Castells y el Ministro Solbes se hubieran ido al garete. El dinero para Catalunya se hubiera quedado criando malvas en las arcas del Estado. La singularización en clave electoral que han protagonizado convergentes, republicanos y post comunistas podría haber sido paralizante y letal para el país. Pero, afortunadamente, para regocijo de Zapatero, para tranquilidad de los “marcadores de paquete” y para el país no ha sido así. ¿Con qué autoridad moral un político puede exigir la aplicación de lo que dispone l’Estatut en el orden económico cuando ha pretendido cortocircuitar el instrumento presupuestario usado para vehicularlo?
Llegarán las mejoras, las infraestructuras se construirán adecuadamente y el sufrimiento de miles de catalanes cesará en un tiempo razonable. Se habrá vencido así las consecuencias de un par de décadas de desinversión y desidia. Estamos inmersos ya en una larga campaña electoral. Algunos han optado por el todo vale, por un método opositor agresivo y contundente que no pondera los efectos colaterales de fatiga y desencanto que generan sobre la ciudadanía. En el Parlamento catalán se ha iniciado una esperpéntica competición para lograr cargarle a alguien –siempre al adversario- las culpas y responsabilidades de lo que acontece en el asunto de Cercanías. En un afán desmedido de aparecer como los justicieros del pueblo unos piden la dimisión de Magdalena Álvarez, otros la comparecencia del Conseller Nadal y unos terceros las explicaciones del Presidente de la Generalitat. Craso error todo ello que no repercutirá en una agilización de las soluciones ni en una expiación de los pecados de gestión. Toda esta parafernalia de la oposición es humo, está condenada a la esterilidad, es puro teatro a no ser que decidiéramos ir al fondo de la cuestión e intentando dilucidar lo que hay, no solo detrás de los acuerdos con la empresa OHL y Juan Miguel Villar Mir, si no también enjuiciar porqué en su día se tomó la decisión de que el AVE penetrara en la ciudad condal por donde se le hace entrar. Insisto, con estas actitudes también se está tentando irresponsablemente a la suerte. ¿Porqué? Muy fácil, los practicantes del tremendismo pesimista deberían saber que la inoculación entre la ciudadanía de un estado de opinión crispado no acostumbra a beneficiar, mecánicamente, a los emisores de las insidias. No, el malestar de los ciudadanos acostumbra a proyectarse con un efecto onda que alcanza a todos sin distinción de color político o confesión. Y digo que se está tentando a la suerte por que la desazón, el mal humor y el desinterés de los ciudadanos por la política deviene un flaco servicio a la convivencia y a la cohesión social.
Hay que dejar trabajar a las administraciones y a sus técnicos sin presión. La complejidad y magnitud de algunos temas, como el de Cercanías, exige aparcar las batallas dialécticas de rueda de prensa para dar paso a una racionalidad positiva. A la botella medio llena. Y es que, amigos lectores, en este jugar con la suerte a la que algunos son tan aficionados nadie está inmaculado para lanzar la primera piedra. El PP anda a la búsqueda del remedio a su enfermedad, a su crisis de identificación con el nuevo liderazgo de Daniel Sirera. Convergencia a la greña con Unió y con la duda existencial de saber si en el vástago de Pujol se encuentra la ciencia suficiente para comunicar tranquilidad a su electorado sin derivas soberanistas ni acritud.
Cuando la debilidad argumental agarrota el entendimiento de los líderes políticos o la inestabilidad de sus aparatos les generan inseguridad no son de recibo las huidas hacia delante. No vale usar el sufrimiento colectivo para, sin escrúpulos, pretender la erosión del adversario. No vale tentar la suerte porque al final la suerte puede arrastrarte y herirte de muerte.
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