Parece como si Carles Puigdemont quisiera hacer realidad la bravata que lanzó aquel gran entrenador de futbol que fue Helenio Herrera, cuando dijo que podía ganar partidos sin bajar del autocar. Ungido por el mandat electoral, el presidente de la Generalitat cree que su misión histórica es tan relevante que no puede, ni debe, rebajarse a asistir a una conferencia de presidentes autonómicos. Según él, Cataluña, con su heroico procés, "se ha ganado con justicia un diálogo bilateral de política de Estado".
Mal comienzo de diálogo por mucho que se reciba con sonrisitas al delegado del Gobierno central, Enric Millo. Este personaje, según la lógica discursiva puigdemoniana, no deja ser un mero embajador del Reino de España ante la nueva Republica catalana emergente.
El presidente de la Generalitat se ha cerrado en banda. Ha hecho caso omiso a las recomendaciones de la oposición parlamentaria que le instaban a acudir a la reunión de presidentes autonómicos. Incluso se ha permitido, en tono socarrón, afirmar que "el anuncio de diálogo no es diálogo", que en el tema hay la trampa saducea de siempre.
¿Error de cálculo de un político hiperventilado o pánico escénico ante un posible abandono de hogar de la CUP?
Puigdemont se ve abocado a cultivar la tensión controlada con Madrid, la esgrima verbal con sus adversarios y el intento de reactivación del voto secesionista
Puigdemont y su gente saben que unas elecciones a corto plazo no les convienen, que el PDECat obtendría unos pobres resultados. La alianza de la vieja CDC con ERC está cogida con pinzas de plástico. Hoy la argamasa que mantiene en pie al Ejecutivo catalán es la CUP. Tampoco se adivina en el horizonte electoral un incremento de escaños independentistas.
La presencia de Oriol Junqueras en el Consejo de Política Fiscal y Financiera --en igualdad de condiciones con los consejeros de otras autonomías-- es un ejercicio realista de la vieja táctica del peix al cove que no deja de contrastar con la idea Puigdemont-H.H. de no bajar del autocar.
Dicen que Carles Puigdemont no piensa presentarse a las próximas elecciones autonómicas. Quizás sea cierto, pero está obligado a situar a su PDECat en una zona de confort político susceptible de pasar la prueba de las urnas. No le interesa ni conviene adelantar comicios. Por todo ello, el president se ve abocado a cultivar la tensión controlada con Madrid, la esgrima verbal con sus adversarios y el intento de reactivación del voto secesionista. Esa es la opción de la nueva Convergència. Legítima, no lo discuto. Pero todo el mundo sabe, a día de hoy, que el voto es más volátil que nunca, que el ciudadano prefiere original y no copia, y que algo se mueve reorganizando el espacio político del catalanismo moderado antaño liderado por CiU.
Y es que, amigos, los partidos son para jugarlos y los diálogos para practicarlos incluso bajando a los infiernos.
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