Apocalípticos e irresponsables
¿Dónde está el límite, la raya? ¿Dónde y cuando piensa detener el Partido Popular su melodía encadenada de despropósitos? La ciudadanía española está siendo bombardeada por algo que va mucho más allá de la crítica y la erosión del adversario. Mariano Rajoy está inyectando en vena a los españoles una enfermedad contagiosa difícil de curar: la del resentimiento y el odio, la de la desconfianza y el agravio comparativo.
Reconozcámoslo, los dirigentes políticos que cometen errores en el ejercicio de sus funciones acaban sufriendo en propia piel las consecuencias de sus desatinos. Cuando yerran estrepitosamente la ciudadanía les pasa factura, les castiga con el látigo de la indiferencia o con el cambio de opción. Muchos han sido los mandatarios que han pagado en las urnas su altivez o su ineficiencia. Al fin y al cabo la democracia consiste, entre otras muchas cosas, en optar por el más esperanzador y el más convincente, por el aparentemente más honrado y auténtico. Pero hay un elemento en el juego democrático difícil de corregir mediante la simple emisión del voto: El resquebrajamiento de la cohesión social, la presencia del virus del resentimiento. Los políticos pueden ser aupados o apeados por los votantes pero las marcas del odio y el menosprecio que son capaces de generar algunos personajes acostumbran a permanecer incólumes en el subconsciente durante décadas. Son difícilmente borrables.
La política del PP respecto a l’Estatut de Catalunya es apocalíptica y profundamente irresponsable. Enfrenta territorios, levanta fantasmas dormidos y es tremendamente injusta tanto con el ciudadano de a pie como con el político o el industrial. ¿O es que acaso Mariano Rajoy está incapacitado para comprender el mensaje que le han transmitido, durante su visita a Catalunya, los empresarios conservadores? ¿Acaso los prohombres del PP no perciben que el mundo de la empresa catalana ha gritado ¡Basta! a un palmo de las narices de su líder?
Apelar a la irracionalidad, al estómago del ciudadano, puede ser rentable en una coyuntura especial, puede facilitar incluso unos instantes de gloria pero instalarse en la crispación a medio plazo agota. Y, amigos, créanme, Ángel Acebes y Eduardo Zaplana ya han cruzado el frontispicio de lo razonable para instalarse en la antesala del odio. Problemas puntuales por razones de lengua los hay y los habrá por los siglos de los siglos. Se producirán en uno u otro sentido. Elevarlos a categoría de problema general es una tremenda injusticia cuando nuestra sociedad lleva un montón de años vanagloriándose de sus altos niveles de convivencia y de respeto lingüístico. Atizar una guerra de idiomas solo puede tener cabida en mentes irresponsables, cegadas por el ansia de volver al poder de cualquier forma y a cualquier precio. El spot publicitario del PP emitido en Andalucía en el que se acusa a Rodríguez Zapatero y a Manuel Chaves de impedir el libre uso del castellano en Catalunya, además de falso, es el paradigma de un estilo zafio de hacer política.
Mención aparte nos merece la deplorable utilización partidista del terrorismo y de sus víctimas. Parece como si a los dirigentes populares les dolieran los indicios, tenues aún pero visibles, de una salida pacífica al denominado conflicto vasco. Insisto, no todo vale en la lucha por el poder y menos cuando se entrecruzan los sentimientos, el dolor de la gente y el recuerdo de los ausentes.
¿Y que me dicen ustedes de esa ridícula recogida de firmas que ya ha provocado la expulsión del PP de un concejal popular de Lloret? Mariano Rajoy ha impulsado en toda España lo que debe ser considerado –no cabe otra interpretación posible- como un elemento más de anti catalanismo gratuito. Mal, vamos mal. El PP cada vez se sitúa en los parámetros de una derecha extrema nada homologables con el nuevo centro derecha europeo. ¿Acaso nadie va a reaccionar? ¿Acaso Piqué, Vendrell y los suyos han tirado la toalla? ¿A qué viene tanta sumisión? ¿Por qué calla Piqué? ¿Teme algo? La crispación se ha instalado en la política y son muchos los ciudadanos que quieren dejarla atrás, salir de ella. No vale vender apocalipsis patrias ni la desintegración virtual del Estado. Catalunya y España desean concordia, un Estatuto digno y una vertebración del Estado harmónica y cómoda. En esa tarea, si lo desea, el Partido Popular tiene cabida, su concurso es importante. Lo único que no puede aceptarse es la lucha por el poder a cualquier precio. Y, de eso, ya estamos hartos a base de firmitas, boicots y anuncios pagados. El funcionariado, los trabajadores, empresarios y la opinión pública catalana afirman estar cansados de tanto ruido. Me atrevería a afirmar que claman por un: “¡Piqué, levántate y anda! Rompe el silencio, convence a los tuyos para que abandonen la estrategia de la tensión. Ese no es el camino para regresar al gobierno de España, esa es la triste senda del enfrentamiento gratuito e irracional entre los españoles.”
Artículo publicado en el diario "El Mundo"
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