Articulo de Rocio Mtz Semper...interesante
La ortodoxia económica nos dice que el salario que recibe un individuo por su trabajo es equivalente a su productividad marginal. Y que esta productividad depende a su vez de las capacidades del empleado; así, a más formación o a más experiencia, más sueldo.
Pero la realidad no responde a estos preceptos microeconómicos. Muchos salarios, sobretodo los más elevados, también se explican por sistemas de incentivos concretos, para evitar la fuga a la competencia, para primar la capacidad de decisión y de asumir riegos y por el hecho que vivimos en un entorno de competencia global (lo que se llama el efecto superestrellas o NBA). Si Penélope Cruz fuera la actriz española mejor pagada hace cincuenta años ganaría mucho menos –en términos relativos- que ahora, que trabaja en Hollywood y es portada de las revistas de medio mundo.
Pero incluso así, habría que preguntarnos si nos estamos alejando demasiado de lo que dice la teoría. Durante buena parte de la segunda mitad del S.XX los ‘altos ejecutivos’ ganaban, en Estados Unidos, 40 veces más que la media de los salarios. Ahora ganan 110 veces más. Así que si ya era difícil justificarlo en términos de productividad cuando multiplicábamos por cuarenta, ahora resulta incluso ofensivo. Aquí en España los absolutos son menores, pero la tendencia es la misma…como en el resto de Europa.
Incluso el hermano del Presidente Bush –que puede despertar poca sospecha entre los amantes del mercado- se ha mostrado preocupado ‘si los sueldos de los ejecutivos permanecen tan altos y sin estar ligados a resultados, se acabará minado la confianza de la gente en el capitalismo’.
Y esto viene acompañado de un estancamiento de los salarios reales para la gran mayoría de trabajadores. En Estados Unidos y Europa pero también aquí en España dónde, según el indicador laboral de Comunidades Autónomas elaborado por IESE, en los últimos nueve años los españoles no han mejorado su poder de compra.
Señalaba The Economist en un informe especial sobre la paga de los ejecutivos que el problema es que si los trabajadores en general dejan de percibir las ganancias de la globalización porqué sólo se las llevan unos pocos, la globalización tendrá problemas políticos graves y habrá un retroceso de las reformas liberalizadoras.
Pero este tipo de argumentos son claramente insuficientes, al menos desde una perspectiva progresista. La discusión tiene que ir más allá de la mera óptica bismarckiana según la cual una estrategia de reforma ganadora sólo es tal si se consigue ‘incluir’ a las clases medias. Nos tendríamos que atrever a abrir viejos debates que no por viejos son menos válidos. ¿Cuál es el reparto de riqueza que consideramos justo como sociedad? ¿Qué share del PIB entre capital y trabajo consideramos adecuado? ¿Cuánta discrepancia estamos dispuestos a aceptar entre la evolución del PIB y las ganancias reales de bienestar? ¿Qué alejados pueden estar los salarios de los ejecutivos de su productividad real?...preguntas todas ellas dirigidas a dilucidar lo que nos concierne a todos: la optimización de la función de bienestar social de nuestra sociedad.
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