El blog d'en Joan Ferran

1.6.08

LA MOTO NACIONALISTA





Un viejo amigo, curtido por las plagas del franquismo y las tormentas de la transición, me comentaba con sorna:
“El nacionalismo es como una motocicleta. Un vehículo inestable que cambia fácilmente de carril y que, cuando desea hacer ruido aprieta el gas”.
A la vista de algunos debates precongresuales, o las soflamas de algunos líderes, algo debe haber de cierto en esa definición de café. Si, pero, poca broma, el nacionalismo está ahí con todo el folklore que ustedes quieran y apelando al sentimiento. Pretende ordenar nuestras vidas mediante su política, la hegemonía cultural y los medios de comunicación públicos. Hace pocos días leí -en clave catalana- lo siguiente:
“El primer y principal objetivo de todo medio de comunicación público es la creación y mantenimiento de un imaginario nacional con funciones cohesionadoras y coercitivas”.
Pues bien, si así van las cosas en los tiempos que corren creo que la tarea más relevante del cónclave de los socialistas catalanes, a celebrar en julio, ha de ser la crítica y la alternativa al discurso de los nacionalistas. La idea de un catalanismo social de raíz federalista -que se plantea, como horizonte político, la permanencia de Catalunya en una España diversa y en la Europa federal- debe enarbolarse como bandera ante la fumosa y ambigua propuesta del nacionalismo catalán.
Pero las diferencias entre el catalanismo social y los nacionalistas no solo se encuentra en las propuestas programáticas. Las hallamos también en las actitudes, las clasificaciones y los calificativos. El catalanismo históricamente ha tenido un carácter inclusivo que contrasta con la práctica excluyente (nosotros y los demás) del nacionalismo. El primero ha gozado siempre ejerciendo de elemento integrador frente al hábito segregador del segundo hacia todo aquel que no asume la totalidad de la “identificación nacional”. El catalanismo presume y hace gala de un carácter políticamente transversal. Todo el mundo, sin distinción, puede adoptar un determinado nivel de compromiso en la escala que “mide” la catalanidad. Piqué lo hizo y Sirera también. En el caso del nacionalismo no hay gradación a la carta, se es o no se es. El catalanismo social se fundamenta en el reconocimiento de la diferencia pero también en un fuerte deseo unitario, comunitario e integrador. Y lo hace argumentando que toda expresión cultural arraigada en Cataluña es catalana por definición. El nacionalismo no. El catalanismo seduce, crea catalanistas, fabrica ciudadanía... El nacionalismo divide la sociedad al clasificarnos a partir de la autodefinición patriótica. Hoy el meollo de la cuestión está en determinar si debemos catalogar a los individuos en función de sentimientos identitarios y creencias o hacerlo en base al pacto cívico, los derechos de ciudadanía y la cohesión social.
El catalanismo aborda como tarea un doble reto: la defensa del autogobierno y la reforma del modelo de Estado. ¿Cuál es el horizonte factible del nacionalismo? ¿Es tan solo la segregación?
Algunos articulistas, afincados en el submundo del soberanismo bien remunerado, quieren hacernos creer que el camino a seguir pasa por la mega construcción de una conciencia nacional con final feliz. Vana ilusión la suya. Los resultados electorales son un excelente indicador de la voluntad de la ciudadanía, de la Catalunya real. Los índices de participación en el Referéndum un buen barómetro. Hoy, como ayer, conviene recordar que, en la gran mayoría de los catalanes, coexisten dos voluntades, a saber: la de ser respetados como catalanes y la de seguir formando parte de una España diversa.

La moto nacionalista a la que se refería mi amigo patina, la sociedad catalana precisa estabilidad y no hipótesis de futuro basadas en deseos románticos. Abrir procesos que no son asumidos mayoritariamente por la ciudadanía comporta torpedear la convivencia, implica deteriorar el propio concepto de nación y perjudica, a corto plazo, nuestra lengua y cultura. Ahora bien, que nadie se engañe, para que la propuesta del catalanismo federalista llegue a buen puerto precisa buena receptividad en el resto de España. Esa receptividad tiene nombre: Respeto a l’Estatut y una buena financiación
Publicado en El Periodico 1-6-08