El blog d'en Joan Ferran

15.11.11

PARA DURAN LLEIDA , ALBIOL, ANGLADA Y SIMILARES.




Llueve. Hora punta. El 41 va abarrotado. La gente sube y baja en idéntica proporción. Ni un asiento libre, todo ocupado. Unos niños hablan a gritos, otros navegan con infernales maquinitas de última generación. Calor, agobio, claustrofobia… todas las sensaciones son posibles en ese autobús que cruza la ciudad. La línea tiene el origen cerca del mar, en una playa en otra época ensangrentada y sucia. Serpentea por el pavimento hasta recalar allí donde la ciudad se vuelve pudiente y acomodada. Muchachas orientales de pelo negro y lacio contemplan somnolientas, tras los cristales, el ir y venir de los viandantes. Allá arriba, al final del trayecto, las esperan para lavar y planchar, para pasear pacientemente ancianos.
Se oye una voz que habla por teléfono móvil ignorando la intimidad propia y la molestia ajena. Una mujer de tez morena cubre su cabeza con un lindo pañuelo de tonos anaranjados. El semáforo rojo manda y el conductor obedece deteniendo el vehículo junto al paso de los peatones. La ausencia de trepidación permite oír una voz que exclama con acritud:
--Los de aquí de pie y la Mustafá sentada bien repanchingada.
El comentario surge de lo más profundo de una garganta de señora madura. Mujer del país corriente y moliente, de cabello rubio teñido y piel cuidada, zapatitos de tacón. Viste sin ostentación, luce cadenita de Tous en la pechera y reloj de pulsera chapado en oro de pocos quilates. Una matrona asiente mientras esboza una sonrisa de complicidad. Otros, y otras, desvían la mirada hacia la calle intentando huir de la violencia del momento. Todos callan. Movida por un resorte automático la mujer del pañuelo de tonos anaranjados solicita parada. El bus se detiene y baja. Pisa la calle mojada. De sus ojos color miel nace una lágrima.