ESCRIBAS Y TERTULIANOS
Sí, soy uno de esos tertulianos que taladran al oyente, o televidente, apareciendo en los medios de comunicación tanto privados como públicos. Practico la esgrima verbal y, de cuando en cuando, el exabrupto tolerado. Soy asiduo en un par de emisoras de radio y otras tantas de televisión. Opino con vehemencia de lo poco que se. Actúo con prudencia ante los temas que no domino. Callo y escucho ante lo que desconozco.
Dicen que la palabra tertulia proviene de Tertuliano, un padre de la Iglesia algo heterodoxo y amante de controversias teológicas, escritor prolífico y polemista, que allá por el siglo III de nuestra era dio que hablar. La historia nos cuenta que de tertulias ha habido muchas y de todo tipo: taurinas, deportivas, literarias, políticas… Algunas de ellas han llegado a ser famosas por haber congregado personajes ilustres y relevantes. De Valle-Inclán a Unamuno, Ortega y Gasset, Buñuel o Lorca entre muchos. Otras han dado renombre a más de un Café o ateneo…
En la actualidad son escasas las tertulias que cuentan con un elenco de intervinientes de la altura intelectual de los nombrados con anterioridad. Las televisiones y emisoras de radio de nuestros días prodigan los espacios de debate; cierto, pero son escasos los intervinientes de nivel. Seamos sinceros, la mayoría de los que acudimos a ellas no pasamos de ‘opinadores’ de todo y sobre todo. Las tertulias, si me permiten la expresión, se han espectacularizado. Eso sí, pueden generar corrientes de opinión –incluso fabricar lideres mediáticos- que preocupan seriamente tanto a gobiernos como a dirigentes políticos y agentes sociales.
Sí señores, soy tertuliano de los que no cobran y me gusta polemizar con otras gentes que no ven el mundo como un servidor. Este ejercicio de esgrima verbal me parece mucho más higiénico, divertido y democrático que aquel que suelen practicar algunos escribas, de columna fija e intocable, en algún que otro medio de comunicación escrito de gran tirada. El tertuliano de a pie se enfrenta al chasco y a la contradicción en tiempo real; debe responder, y si cabe, debe encajar con elegancia. El escriba a sueldo fijo, en cambio, puede disertar y anatemizar sin temor a réplica inmediata. Su superioridad es siempre manifiesta, abusa de ella y pontifica sin miedo porque su columna está blindada y su patrón es potente; porque vive en una burbuja (algunos también de televisión) impenetrable, aséptica y sorda.
Ya sabemos que el tertuliano del montón no es un Ortega, un Unamuno ni un Valle-Inclán. El que acude a los estudios de radio y televisión es un individuo atacable y vulnerable al instante. El escriba a sueldo con columna propia de un periódico de gran tirada es casi sagrado… y, si ríe las gracias del ‘establishment’, aún más. Si todo va bien le abrirán las puertas del cielo, tendrá un lugar entre los justos al llegar a Ítaca.
<< Home