El blog d'en Joan Ferran

24.10.09

CiU CADA DIA MÁS PRINGADA Y CALLADA




SOBRE TORPEZAS, MANTAS Y SILENCIOS

Recientemente algunos articulistas de sección fija en periódicos de gran tirada se lamentaban, en sus escritos y columnas, de la polémica generada alrededor del caso Félix Millet-Palau de la Música. Criticaban la dureza de las acusaciones que se lanzaban entre sí los partidos políticos catalanes. Consideraban impropio del oasis catalán tanta crispación. Algunos de estos insignes “opinadores” describieron la virulencia de las declaraciones partidarias como un combate en el que las armas eran heces con ventilador adosado. Quizás sí, quizás se ha ido demasiado lejos en la disección de nuestras miserias y convendría una cierta dosis de pulcritud, de sosiego. No lo discuto, pero no es menos cierto que algunos gastan un olfato muy fino y dormitan en atmósferas ricas en oxígeno. Deberían saber que en la política, como en cualquier ámbito de la vida pública o privada, hay de todo. En la cotidianidad de nuestra existencia hay placer, dolor, odio, amor y mil cosas más. La política no es ajena a esa contradictoria cotidianidad. La política es reflejo de la vida misma. La cotidianidad nos brinda momentos sublimes y también realidades obscenas, penosas, cutres y lamentables. Aquellos que pretenden hacernos vivir en un mundo relacional color de rosa fantasean o fenecen mentalmente en el intento. Es preciso asumir la realidad sin complejos y no dimitir en el empeño de modificarla en positivo.

El caso de Félix Millet-Palau de la Música ha conmocionado a la sociedad catalana más en el terreno simbólico nacional y de clase que en el económico. Cierto, tan cierto como que la mayor parte de las páginas del serial aún están por escribir. Irán saliendo a la luz, no lo duden, a lo largo del proceso judicial permitiéndonos analizar con detalle, tanto sus conexiones, como sus efectos colaterales. Y lo evidente es que estos efectos ya han hecho notar su influjo sobre las administraciones públicas y las fundaciones partidarias. El fragor de la polémica nos ha permitido oír cosas tan insólitas como las declaraciones de Agustí Colomines, director de la Fundación Trias Fargas, afirmando que todo lo que es legal es moralmente correcto. Les ruego que reflexionen, unos instantes, acerca de esa afirmación. Por ejemplo: La pena de muerte es legal en un buen número de estados modernos ¿Acaso puede considerarse esa medida como moralmente aceptable? Más ejemplos: La prostitución está legalizada, o tolerada, en algunos países. ¿Implica ello que ha de ser aceptada en el terreno ético y moral? Y para redondear la argumentación: Las espectaculares indemnizaciones y sueldos que se adjudican algunos banqueros en plena crisis económica, aduciendo que están dentro de la legalidad… ¿Son moralmente edificantes a los ojos de la ciudadanía? No, claro que no.

CDC se ha equivocado de pleno en la forma de abordar su vinculación al caso Millet. Ha intentado confundir a los ciudadanos blandiendo la legalidad de sus transacciones económicas con el Palau obviando la moralidad de las mismas. Ha pretendido justificar, sin éxito, que los recursos donados para el mecenazgo de la cultura puedan ser objeto de uso en campañas electorales; como se ha demostrado en Barcelona con Xavier Trias. Pero Convergencia ha errado, más aun, al permitir que personajes como Felip Puig y Agustí Colomines monopolizaran la imagen del partido nacionalista y la defensa de sus argumentos. Lo han hecho mal, muy mal, levantando dudas donde no las había; contradiciéndose y justificando, sin rubor, la opacidad de sus convenios y andanzas políticas.
El colofón a tanta insolvencia nos lo ha servido la televisión publica catalana con una nueva entrevista a Artur Mas -ya van seis en lo que llevamos de año, luego dirán que se les margina- en la que intentó centrifugar culpas relacionando, torpemente, una caja de ahorros con las actividades de los socialistas catalanes. A las incisivas preguntas, de ese crack comunicacional que es Josep Cuni, el líder nacionalista respondió con evasivas y difuminados propósitos de restitución económica al Palau de lo gastado por la Trias Fargas. Dejó para sus adentros la explicación del rol del señor Ängel Colom en el asunto y la cantidad de dinero de la que se sirvió. Obvió explicar quién apadrinó al líder del PI con la eficacia suficiente para que Millet le soltara unos milloncitos de nada; tampoco dijo si se consideraba deudor, o no, de esa factura etc., etc.
Corren malos tiempos para el prestigio de la política. Tiempos en los que el ciudadano espera de sus representantes públicos claridad de ideas, sentido común y la humildad suficiente para reconocer los errores. Ninguna de esas circunstancias se ha dado en la actitud de CDC ni en la de sus máximos responsables. Aunque el tiempo todo lo cura… la mancha queda.