VICENÇ NAVARRO ABRE DEBATE....
¿ES ESPAÑA CATÓLICA?
Uno de los primeros capítulos del estudio –el que detalla su metodología– explica cómo la conclusión de que España es un país católico se produce y reproduce en los medios. Señala el sesgo que, consciente o inconscientemente, aparece en las preguntas que se le hacen a la ciudadanía. Así, cuando se pregunta a la población (tal como hace la Conferencia Episcopal) si los que responden a las preguntas son católicos o no católicos (incluyendo en esta última categoría las de ser agnóstico, no creyente o ateo), el 76% se define como católico y un 19% no católico.
Parecería, pues, que la gran mayoría de la población se define como católica.
Ahora bien, cuando se pregunta si el que responde se define como católico practicante, no practicante, o no creyente, los porcentajes varían considerablemente. Sólo el 36% se define como practicante mientras que el 37% se define como no practicante y el 19,9% como no creyente (agnóstico o ateo). Y cuando se analiza el grupo de católicos no practicantes se ve que su definición de católicos esta basada, no en sus creencias religiosas, sino en su ritual cultural (como haber recibido el bautismo y la primera comunión). En realidad, la respuesta a esta pregunta varía muy marcadamente por edad. Entre los jóvenes, nacidos en plena democracia, sólo el 9,4% se considera practicante, el 39% no practicante y el 46,4% como indiferente, ateo o agnóstico.
Otro componente del estudio es el análisis de las escuelas de la Iglesia privadas concertadas. En España, el 67% de alumnos están en la pública, el 25% en la privada concertada y el 6,7% en la privada no concertada. De las escuelas católicas, la gran mayoría son concertadas (96%). Los porcentajes más elevados de las concertadas religiosas están en las dos Castillas, La Rioja, Navarra y Baleares. Los que dedican más fondos a la religión concertada son Catalunya y Madrid, y los que menos La Rioja, Cantabria y Extremadura. El Estado se gasta 517 millones de euros en la enseñanza de religión: 388 millones en las escuelas públicas y 129 millones en las privadas. Tal inversión no es proporcional a la importancia que la juventud da a la religión como elemento importante en su vida.
En una escala de uno (poco importante) a cuatro (muy importante), la juventud en España señaló en 2005 que la religión significaba un 1,76. Ello explica que el 74% de jóvenes casi nunca asiste a ceremonias religiosas, y sólo un 4,7% asiste a la misa dominical. Y en Catalunya, sólo un 36% se casa por la Iglesia; la gran mayoría (62,8%) se casa por lo civil. Es también interesante señalar que el 47% de los jóvenes cree que la “Iglesia está más cerca de los poderosos y de los ricos que de los pobres y necesitados”. Este porcentaje alcanza cifras muy altas entre los jóvenes ateos (73%), agnósticos (60,9%) e indiferentes (70,9%) y es de un 50,7% entre los católicos no practicantes.
Una opinión igualmente negativa se tiene del sacerdocio. Entre las profesiones consideradas “más útiles socialmente”, el sacerdocio es la penúltima, después de los militares de carrera. Las más relevantes son la medicina y el magisterio. Contribuyen a esta imagen poco positiva del sacerdocio la percepción generalizada entre los jóvenes de que la Iglesia “no está dando una respuesta adecuada a los problemas sociales”. El nivel de confianza que la Iglesia inspira en la población joven es la más baja entre las mayores instituciones.
Este informe presenta una realidad que se esconde bajo esta imagen tan poco real de que España sea un país católico. Como señala Jordi Serrano, actual rector de la UPEC y autor del informe, el nacionalcatolicismo impuso el catolicismo a la población española que, al identificarse con una dictadura enormemente represiva y opresiva, estableció las bases para su propio declive cuando la dictadura dio paso a la democracia. No es sólo que la Iglesia nunca ha pedido perdón por su identificación con el fascismo español, sino que continúa encorsetada con la ideología y la práctica de la ultraderecha que dominó aquel régimen.
La población española, y, muy en especial, la juventud –que representa el futuro–, considera a tal Iglesia irrelevante y decadente. Parece lógico, por lo tanto, que los representantes de la población –es decir, nuestro Gobierno– debieran dejar de protegerla y financiarla, pues continúa siendo la Iglesia de ayer. Como bien dijo Carles Cardo, el hombre de confianza del Cardenal Vidal i Barraguer durante la República y la Guerra Civil, el enorme descrédito de la Iglesia entre las clases populares durante la República se debió a que la Iglesia había olvidado sus principios, identificándose con los grupos más poderosos del país. Setenta años más tarde, se podría decir lo mismo. Su gran descrédito se debe a su identificación con la dictadura de ayer y la ultraderecha de hoy.
Vicenç Navarro es catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra
Publicado en el periodico PUBLICO
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