SOBRE EL DISCUTIDO VOTO DEL PSC
Antes de entrar en materia delicada permítanme un par o tres de afirmaciones “a priori”. Una en plan egoísta, soy de los que piensan que a los catalanes nos conviene en el terreno económico, social y político seguir vinculados a España. Orbitar fuera de ella es una aventura peligrosa que no nos podemos permitir. De lo dicho se infiere que, en caso de llevarse a cabo la famosa consulta ciudadana, un servidor –a día de hoy- votaría por permanecer dentro del estado español laborando por su reforma en un sentido federal. Otra, ando convencido de que Europa, a estas alturas de la película, necesita proyectos políticos comunes de futuro y no puede darse el lujo de experimentar con fuerzas centrífugas de final incierto. Suficiente drama tiene ya la Unión Europea con los resultados electorales italianos, la situación en Grecia o las tasas de desempleo de España…
Pero dicho esto sería una estupidez no reconocer que la sociedad es dinámica, se mueve, y se transforma. Y lo hace no siempre al gusto y previsión del poder establecido, sino como una expresión genuina de los problemas y angustias de sus ciudadanos. Hay mal humor en la calle; no solo por los recortes y las draconianas medidas de austeridad sino también por la escasa honorabilidad de algunos estamentos hasta hace poco tiempo bien considerados. Y aquí no se vale pecar de reduccionista y esconder la cabeza bajo el ala. El enfado ciudadano no se circunscribe al ámbito de lo político sino que abarca tanto al mundo de la banca como al empresariado, tanto al mundo de lo religioso como al deportivo.
Pero el objeto de estas líneas no es hablar de la crisis de valores, ni de corruptelas y cuentas suizas. No. Pretendo, tan solo, combatir la comodidad de la foto fija; hacer comprender a quien corresponda, que las sociedades no son estáticas sino dinámicas. Y la sociedad catalana es, en este sentido, tan paradigmática como exigente para con sus representantes políticos. Los colectivos humanos se mueven y mutan tanto sus intereses de clase, como la percepción del mundo que les rodea. Incluso los sentimientos de pertenencia están sujetos a cambio. Lo que hace un tiempo pudo ser considerado como moderno y esperanzador hoy puede devenir un lastre obsoleto en el camino del progreso. Las élites dirigentes, los partidos políticos con sus programas, los sindicatos y los comunicadores que no practican el “aggiornamento” languidecen y penan camino del ocaso. No interiorizar que todo fluye a velocidades de vértigo puede ser la antesala del suicidio.
Pero vayamos a lo concreto. Por ejemplo: ¿Alguien se imagina hoy al PSOE, o al PSC, blandiendo las consignas autogestionarias de la Transición? ¡Claro que no! Han pasado muchos años y las nuevas generaciones están ahí, movilizadas y expectantes ante el silencio de los gestores.
Que nadie caiga en la tentación de interpretar estas líneas como una renuncia a determinados valores y principios. Nada de eso, abogo tan solo por salir de la esclerosis política y la ceguera dogmática. Estas líneas quieren ser, simplemente, una invitación a la reflexión dirigida en especial para los que no quieren salir del caracol.
Sin echarle las culpas a nadie, los demócratas españoles han de saber que los demócratas catalanes nos enojamos mucho con el culebrón del Estatuto y el Tribunal Constitucional. No voy a enumerar la lista de agravios pero, en más de una ocasión, la frivolidad de los gobiernos y la inercia centralista ha alimentado el independentismo reactivo y la sensación de incomprensión. ¿Y saben lo más curioso del caso? De ese cúmulo de situaciones se han nutrido y beneficiado algunos de los partidos que hoy son mayoritarios en el Parlamento catalán.
Cuando oigo a Alfonso Guerra decir que los socialistas catalanes se mueven y votan con criterios nacionalistas, y no socialistas, me inquieto. Este hombre sujeta tanto la foto, para que no se mueva, que la arruga. A mi modesto entender el problema, hoy, no radica en el voto de un PSC que modula su proyecto político al hilo de la sociedad que pretende representar sino, quizás, en la lentitud del PSOE en interiorizar y poner a discusión sobre la mesa los retos de los nuevos tiempos. Retos, sea dicho de paso, no solo de modelo de estado sino también de discurso, de modelo de sociedad, de ejercicio de la oposición, etc. En este sentido pienso, por ejemplo, en el federalismo como antídoto realista al independentismo; o la reclamada reforma constitucional que plantea el PSC. Durante mucho tiempo la soledad de los socialistas catalanes al respecto ha sido notoria.
Los diputados del PSC en el Congreso no han engañado a nadie. Han votado de acuerdo con las directrices de su partido y coherentes con la votación de sus colegas en el Parlament de Cataluña. Han votado lo que tenían que votar – para conseguir el dialogo y el acuerdo entre gobiernos- sin dejar de afirmar que su opción es seguir en España. Y lo han hecho respirando el aire de la calle como nunca… Sin complejos. ¿Aggiornamento a la vista?
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