LAS MIL Y UNA VIOLENCIAS…
Con tanto ir y venir de jueces, abogados, fiscales, manifestaciones y detenciones de CDR y demás, se ha puesto de moda escribir columnitas y hablar, por los codos, de terrorismo, de violencia y de un par de cosas más. No son temas novedosos ni exclusivos de nuestro siglo, no. Ya en el evangelio de Juan, sin ir más lejos, se narra que Simón Pedro blandió una espada y cercenó la oreja de Malco. La víctima era un lacayo del sumo sacerdote Caifás. El conflicto lo enmendó Jesús obrando un milagro devolviendo al sirviente su integridad física. Y, puestos a que nos ha dado por la vena bíblica sanguinaria y violenta, también podríamos citar a la hermosa viuda Judith, famosa por su ferviente patriotismo, que decapitó -tras seducirlo- al general Holofernes, para salvar a su ciudad del yugo extranjero… También podríamos citar aquí la ‘violencia revolucionaria de las masas’ que en otras épocas se predicó desde el izquierdismo radical. O la exaltación de la violencia con fines estéticos al estilo Laurent Tailhade, cuando soltó la conocida frase: “Qué importan las victimas si el gesto es bello”. Hay mil y un tipo de violencias en este mundo cruel pero todas, a mi modesto entender, igual de deleznables.
Permítanme que les hable de una violencia que no conoce la sangre, que no es física, aunque si dañina para los sentimientos del ser humano. Es aquella que no se ejerce de forma convencional sino edulcorada, casi clandestina. Es aquella que se practica acusando a alguien de ser lo que no es, es aquella que califica al crítico de facha o al discrepante de botifler. Es aquella violencia farisea que abre el acceso a los medios de comunicación, las tertulias o el mundo editorial sólo a los adictos al credo dominante del nacionalismo secesionista. Es también aquella que discrimina a profesores, catedráticos o periodistas por no aplaudir la retórica de la Cataluña ‘oficial’. Cuando se mira con odio o gesto de desprecio al díscolo que cruza la calle, eso también es violencia; cuando, desde el anonimato de las redes sociales, se insulta al tertuliano de turno y el exabrupto aparece en pantalla eso es… ¿Participación con libertad de expresión? ¿Y qué me dicen ustedes de la violencia verbal de algunos capitostes a sueldo del erario público que se atreven a afirmar que ‘estamos en guerra’?
Otro calificativo reservo para el acoso a la casa del adversario político, las pintadas agresivas, los cortes de autopistas y carreteras, los agravios a las fuerzas del orden o los atentados contra publicaciones, asociaciones, partidos y entidades ciudadanas no homologadas por los guardianes de las esencias.
Por mucho que algunos se empeñen en negarlo mil y una violencias habitan entre nosotros. Algunas son perniciosas y aniquiladoras; otras, la institucional por ejemplo, están supeditadas al control político democrático que emana del estado de derecho. Las de tipología farisaica-clandestina, en cambio, generan fractura social y mucho odio. ¿Acaso no aprecian ustedes la diferencia?
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