Cínicos, irresponsables e inquietos
Y ahí están. Y cuando una decisión burocrática -en cumplimento de la ley- del Centro de Estudios de Opinión deposita estas joyas de la ignominia en la Mesa del Parlament estalla la cuestión. Algunos, en ejercicio de nuestra labor de diputados, reparamos en ello y exigimos explicaciones al respecto al sospechar que, en esas carpetas, se escondía un estilo de hacer política que conviene desterrar.
¿Qué se supone que debíamos hacer si no? ¿Callar? ¿Por qué un Xavier Trias especialmente inquieto afirma que un contubernio político arroja excrementos sobre su buen nombre y el de su coalición? ¿Por qué un David Madí experto en decimales y manipulación de encuestas llegó a insinuar que todo es humo para torpedear la "apoteósica" marcha sobre Barcelona que protagonizaba Trias? La endeblez de tales argumentos no tiene parangón. El miedo, el temor a lo que, día tras día, se ha ido conociendo con mayor exactitud les obstruye la capacidad de razonamiento. Sólo así se entiende la inconsistencia de sus respectivas defensas, de sus declaraciones.
Muchos creen que el descrédito de la política se sustenta en la sospecha generalizada de que existen relaciones oscuras entre el mundo de los negocios y el poder. Han corrido ríos de tinta respecto a los tantos por ciento, las comisiones millonarias o la financiación de los partidos...
Esta apreciación es reduccionista e insuficiente. La aparición de los informes que comentamos, su meticulosidad inquisitorial, hiere de muerte en el terreno de la ética a los gestores del anterior Gobierno. Los controles ideológicos difusos se concretan, las listas negras se visualizan y las recomendaciones de imagen se hacen realidad. Se pervierten las reglas del juego democrático porque se parte de posiciones desiguales, porque se atenta contra la confianza y la neutralidad que han de garantizarnos las instituciones.
Una Administración corroída por un uso partidista de sus recursos es una maquinaria enferma. En la percepción de la ciudadanía, del descrédito a la indiferencia sólo media un paso.
Pero el agrio debate suscitado alrededor del tema ha abierto una puerta, también, hacia otra dimensión. Algunos han puesto en duda lo que podríamos llamar periodismo de investigación. Un periodismo que es bueno cuando no molesta, pero que deviene insoportable cuando, una jornada tras otra, nos sorprende porque aporta datos y noticias incómodas, a veces crudas. Y esto ha sucedido en el affaire de los llamados Papers de Palau.
Hace un par de días Joan Barril, con ironía, explicaba que existe una demoscopia recreativa de la que algunos disfrutaron cotejando datos gastronómico-identitarios, al tiempo que se alarmaba ante la evidencia de una policía del pensamiento. Y así fue y se ha demostrado. La cúpula convergente, con sus arrebatos de ira, ha autentificado el documento obtuso que fichaba a los trabajadores de TV-3 y Catalunya Ràdio. Con esta actitud poco elegante han aplicado urbi et orbe la misma receta, la misma filosofía, de aquellos que, en sus informes, hablaban de adeptos o desafectos al nacionalismo conservador.
Ubiquemos cada cosa en su lugar. Situemos el debate político en el Parlament y a los responsables del desaguisado donde corresponda. El fiscal dirá. Concretemos nuestras posiciones libremente en la prensa pero, por favor, no liquidemos la dignidad ni la honestidad de la gente que ama su profesión. No sean irresponsables. Guarden las formas.
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