ENTRE CARLA BRUNI Y GARZÓN... EL DESIERTO

Súbitamente el silencio salta en pedazos. Irrumpe, en el tranquilo comedor, una decena de personas que ocupan las escasas mesas libres del fondo. Vocean y comentan las características del reducido menú de la carta. Encuentran a faltar variedad de platos y exponen, en voz alta, sus deseos gastronómicos. Piden “omelettes” reiteradamente. Él –el inconfundible juez Garzón- reclama la tortilla española a base de patatas y de fama universal….
Me inquieto. A escasos kilómetros de la frontera argelina he coincidido con Baltasar y no precisamente el de la Epifania. Le observo. Se halla junto a la lumbre mirando hacia la puerta de entrada. Sospecho que un marroquí trajeado, que ronda por allí, vela por su seguridad. Tres músicos ataviados para la ocasión cantan canciones folkloricas con profuso acompañamiento de percusión. El sujeto mediático no duda en dar palmas al aire creyéndose irreconocible en un ambiente de usuarios mayoritariamente de nacionalidad francesa. Pues bien... ahí estaba, relajado, con un grupo de amigos que le llaman por su nombre de pila. Ajeno a la repercusión de sus pesquisas, sin cámaras ni nadie que le reproche afán de protagonismo. La presencia de Baltasar Garzón desasosiega, representa la cotidianidad hispana que me persigue hasta los lindes del desierto.
Regreso a Marrakech y allí, afortunadamente, aun esta Juan Goytisolo en el Café de France y Carla Bruni con su esposo como invitados del rey Mohamed VI.
Y es que, amigos mios, puestos a escoger aditivos “famosos” a una estancia en Marruecos la elección es clara: mil veces Carla. Lo otro es viento del desierto que viene y va llevando arena en los ojos.
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