DIECIOCHO MESES Y….TIC,TAC…
Tic, tac, tic, tac… La cuenta atrás ha comenzado. Dicen algunos que Carles Puigdemont ha jurado consumar el famoso programa de desconexión de España en dieciocho meses. Y qué piensa hacerlo de inmediato, sin importarle la opinión del Rajoy de turno. ¡Uf! Un servidor de ustedes no tiene ni idea de cómo puede acabar esta aventura pero intuye que mal, que muy mal. Los independentistas más atrevidos tienen prisa. Creen que la provisionalidad y la ausencia de gobierno en Madrid, y los vientos de cambio, favorecen sus propósitos secesionistas. Sinceramente, creo que se equivocan. A la hora de la verdad – y en el caso hipotético de una ruptura unilateral del estado- el cierre de filas de los constitucionalistas, con todos los matices que ustedes quieran, está garantizado. Pero digámoslo todo: El independentismo ha conseguido, in extremis, salvar los muebles en Catalunya pero su cohesión política es tan precaria como insuficiente su mayoría electoral. El guirigay político es tan notorio en Barcelona como en Madrid.
En el debate de investidura, Carles Puigdemont, jugó con la épica de las palabras insinuando que llego la hora de los valientes. Quizás sí, no lo discuto, pero la valentía no es sinónimo de temeridad e irresponsabilidad. Cuidado, valientes los hay en todas partes, también entre los adversarios del soberanismo. Y tal como estas hoy las cosas más allá de las palabras, o los rituales de proclamación, saltarse la legalidad pude acarrear graves consecuencias para la convivencia.
Tic, tac, tic, tac… Va aproximándose la hora de la verdad. Puigdemont llega a la presidencia de la Generalitat con un programa maximalista y unos compañeros de viaje poco recomendables. Ensayar la independencia, sin disponer de una mayoría social suficiente, deviene cuando menos imprudente… Otra cosa es que estemos ante una nueva maniobra de distracción de Artur Mas destinada a reconstruir el espacio de centro derecha nacionalista de la vieja CDC. Una vez amortizada la ‘bravura’ Puigdemont Mas podría volver a la palestra, perseguir la hegemonía electoral y pactar con Madrid unas nuevas coordenadas políticas. ¿Por qué no?
Hay quien piensa que los independentistas están en un callejón sin salida, asustados ante la complejidad de las cosas. Una intervención contundente desde el estado les vendría de perlas para volver a la casilla de salida, centrifugar errores y volver a empezar hasta conseguir su tan anhelada mayoría social para la independencia.
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