LOS CDR O LA REVUELTA DE LA RATAFIA
El olor a pólvora no golpeó la pituitaria de los barceloneses. La ciudad no se colapsó más que otras veces. Nadie fotografió negras y espesas columnas de humo, ni llamas tras los altares. Esta vez no hubo Semana Trágica, ni barricadas con tranvías, ni adoquines voladores. Pasó lo de siempre, lo tradicional en estos casos, lo clásico: cortes de tráfico, algaradas, pedradas y algunos contenedores dispuestos en la calzada para brasear cuatro grasientas morcillas de arroz y cebolla. Hubo los detenidos habituales y los contusionados que corresponden a una batalla urbana al uso. Todo tan efímero como triste y molesto, tan rutinario como previsible attrezzo para una instantánea. Todo a punto para las cámaras de TV3 y sus telenoticias.
Algunos -bastantes, pero no muchos- se concentraron en la Estación de Francia, aun a sabiendas que de allí no parte ningún tren con rumbo a Waterloo. Otros desfilaron con banderitas verbeneras, barretinas y las consignas de rigor por las arterias centrales de la ciudad. Más de uno, con la mente distraída en el país galo, soñaba con multitudes portadoras de armillas amarillas envueltas en gases lacrimógenos por aquello de ‘el món ens mira’. Los cabecillas del jaleo pretendieron emular épicas del pasado bautizando las concentraciones con nombres rimbombantes; que si columna ‘1 de octubre’, que si columna ‘No pasaran’… Postureo puro sin consecuencias y siempre bajo el control de una policía que ha sabido hacer su trabajo a la perfección. Nada que pueda compararse a la columna Durruti, ni a la columna de Hierro de nuestros abuelos. Estos acomodados CDR no pasan del culto a los Pastorets, los carquiñoles y la degustación de ratafía. Todo ello tan patriótico y costumbrista como Quim Torra. ¿Ruido y molestias varias? Sí, pero nada que no pueda resistir un estado de derecho fuertemente consolidado y reconocido a nivel internacional, como es el español. Eso de tumbar regímenes no es tan fácil como pretende madame Paluzie.
El 21D ya pasó. La revuelta de la ratafía ya es historia y sus desperfectos camino de ser reparados con celeridad. Hoy la atmósfera barcelonesa, afortunadamente, huele a canelones, a ‘escudella i carn d’olla’. Los niños se preparan para aporrear el Tió mientras, los mayores, preparan los regalitos de Navidad. Los jinetes de la ‘cupalipsis’ ya no cabalgan, han regresado a la confortabilidad burguesa que les brindan sus progenitores. Ni la guerra, ni el hambre, ni la desobediencia han sido capaces de colapsar una ciudad y un país presto a disfrutar de las fiestas. Mucho fue el ruido y muchas las expectativas, pero la revuelta de la ratafía no fue capaz de tomar el Palacio de Invierno -léase La Llotja- ni de ocupar el Parlament. Eso sí, facilitaron imágenes y momentos ‘sublimes’ para que los fabricantes de mitos resistenciales pudieran hacer sus documentales y trabajos de agit-prop. Roures paga bien.
La sexagésima (sic) jornada histórica de lucha patriótica por la independencia pasará a los anales como el quiero y no puedo de un puñado de hiperventilados que no saben lo que son, ni a donde van. Es probable que en las mansiones de Waterloo, el cesarillo de Amer, éste mesándose los cabellos fruto de la frustración. Ya no le reconforta ni el patetismo de Comín, ni las visitas de los incondicionales, ni las palabras de aliento de la extrema derecha flamenca. Poco a poco la Crida deviene llanto y el llanto desespero. El 21D, la revuelta de la ratafía, se desvanece sin pena ni gloria. ¡Volvamos a la normalidad, por fa!
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