Todos los domingos, en los aledaños del Mercat de Sant Antoni de Barcelona, un buen número de padres y madres acompañan a sus hijos a mercadear con cromos. Les mueve el deseo de completar colecciones y eso se consigue con el trueque o la compra de lo deseado. Algunos ejemplares escasos se pagan a precio de oro; otros, incluso, pueden llegar a intercambiarse en una proporcion de a diez por uno. El ritual empleado por los negociadores es tan viejo como la afición al coleccionismo. La jerga de uso común más empleada en los corrillos se basa en los vocablos ‘falti’, ‘tengui’ y ‘repe’. Ningún chaval quiere atesorar los cromos ‘repe’, su tenencia les molesta, les obnubila el iris.
El próximo domingo, mientras tenga lugar este pueril negocio de compra venta, miles de europeos acudirán a las urnas. Muchos de ellos lo harán seriamente preocupados por el futuro de la Unión, otros lo harán con la intención de castigar o premiar a sus políticos nacionales. Aquí, los insatisfechos, pedirán repetir elecciones. Legítimo todo ello, pero me atrevería a afirmar que, en el caso de nuestro país, el personal desea poner punto final al carrusel electoral que le ha tocado vivir. Al igual que los cromos ‘repe’ no molan entre nuestros coleccionistas, les aseguro que unos comicios ‘repe’ -en Cataluña o España- no apetecen al ciudadano. Los políticos catalanes electos el 12 M deberían aceptar el resultado de las urnas, ahorrarnos interinidades y dejar de jugar a la alquimia de los vetos y los pactos.
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