Otra atmósfera, otra dimensión
La política es algo así como un artilugio repleto de vasos comunicantes. El alto el fuego permanente proclamado por la organización terrorista ETA ha abierto las puertas hacia otra dimensión en la política española: alcanzar la paz en Euskadi, garantizar la normalidad democrática. El proceso hacia la paz exige la complicidad del Gobierno y la de todos los partidos democráticos. El Presidente José Luis Rodríguez Zapatero ha asumido el reto con decisión y fuerza. Sus entrevistas, comenzando por Mariano Rajoy, como es de ley, con los diferentes líderes de las formaciones partidarias españolas son un buen augurio. Su intención de no marginar a nadie del proceso, una buena determinación. La sociedad española demanda de sus dirigentes altura de miras y generosidad para no caer en un fracaso que generaría frustración y desengaño. La paz y la ausencia de muertes valen la pena. Y es en estos parámetros más plácidos de la política española y catalana cuando se producen fenómenos que, sin ser transcendentes, devienen significativos. Josep Antoni Duran i Lleida ha manifestado en público y sin rubor su clara vocación de formar parte de un hipotético futuro gobierno español. Aplaudo su valentía política. Con sus palabras, Duran da cuerpo a un amago que ya formuló hace meses su colega de coalición Artur Mas. El líder democratacristiano es coherente con su ideario y con su tradicional discurso basado en la moderación y en la visión de una España policéntrica. Pues bien, he ahí una nueva muestra de que nos hallamos en el frontispicio de una nueva etapa de la política española. Esta nueva dimensión permite que muchos de aquellos que no respaldaron la investidura de Rodríguez Zapatero hace un par de años hoy sueñen en formar parte de sus futuros gabinetes. Las nuevas coordenadas permiten también que otros, que tenían vedada su presencia en el Palacio de la Moncloa, sean hoy recibidos con satisfacción. El artífice, el conseguidor de este nuevo clima político, ha sido, es, sin duda, el presidente del gobierno español.
Pero retomemos por unos momentos la política catalana. La nuestra es una escena marcada por el reciente apretón de manos entre Artur Mas y el dirigente máximo del socialismo español ante la mirada atónita de los que quedaron fuera de juego. Ahora ya no discutimos sobre la viabilidad del texto estatutario. Está ahí y seguramente será votado afirmativamente por los ciudadanos. Los catalanes, además de pragmáticos, somos conscientes de la gran cantidad de mejoras e inversiones que trae en su mochila.
Pero entre los analistas políticos y tertulianos el quid de la cuestión se halla hoy en adivinar cual será el planteamiento final de ERC en la consulta popular. Es obvio que la trascendencia de su “sí” o de su “no” no radica en su capacidad de inclinar el resultado del referéndum en un sentido u otro, sino en la repercusión, en los efectos colaterales de su decisión. A nadie se le escapa que un no activo y contundente de ERC pondría en aprietos la continuidad del tripartito que preside Pasqual Maragall. Los republicanos tienen en sus manos una gran responsabilidad histórica. Apostar por el no, en posición análoga con la del PP, ubica a ERC en los extremos, en los márgenes, la expulsa de esa centralidad nacionalista que intenta disputar a CiU. Propugnar una abstención sería la posición cómoda y tibia del que no quiere mojarse. Al electorado no le gusta, castiga, la indefinición. En cambio, si ERC apostara por un sí crítico –lógico desde una perspectiva independentista-, daría muestras de madura solidez, de responsabilidad gubernamental.
En la recta final del tema estatutario catalán, e iniciado el largo proceso hacia la paz en Euskadi, las fuerzas políticas de nuestro país deben reubicarse necesariamente, identificar su propio rol, establecer las reglas del juego; repensar, si procede, sus alianzas. El panorama ha cambiado. Entramos ya en otra dimensión.
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