ABRIL, REPUBLICAS MIL
Dicen nuestros mayores que a lo largo de la vida hay que saber ser educados, tolerantes y, sobre todo, agradecidos. Probablemente la sabiduría que otorga el paso del tiempo a los humanos inocula en el pensamiento dosis considerables de ponderación y ecuanimidad. Aceptemos, pues, la voz de la experiencia; y es desde ese prisma que quiero agradecer a la monarquía juancarlista su posicionamiento democrático en momentos clave de la historia reciente de los pueblos de España. Gracias.
Pero nuestros venerables ancianos nos cuentan también que la vida está repleta de reciprocidades, de compensaciones. Tanto es así que nadie puede considerar, hoy, un despropósito que los republicanos españoles reclamen, a su vez, de la monarquía un cierto agradecimiento por el respeto y la cohabitación con ella practicada durante un montón de años. Una y otra cosa son fruto –o peaje, como prefieran- de la Transición Española.
La experiencia nos muestra, también, que hasta el mejor de los perfumes se evapora con el tiempo y que el halo de sugerencias sensoriales que es capaz de provocar se desvanece paulatinamente. La monarquía juancarlista ha perdido, al igual que aconteció con algunos de sus antepasados, el glamur que sustentaba entre los españoles la razón de su existencia. Algunos dirán que plantear hoy del ocaso de la monarquía es una frivolidad, un despropósito, una insensatez que alimenta inseguridades y fomenta la inestabilidad. Craso error de enfoque y de ubicación de los problemas. Las turbulencias que sacuden nuestra convivencia hay que buscarlas no en el cuestionamiento de la jefatura del estado, sino en el desmantelamiento de las prestaciones sociales, en el paro y la destrucción de empresas. Ahí está el combustible de una inestabilidad hija de los recortes y de una austeridad mal entendida. Es más, las turbulencias sociales pueden llegar también a partir de la torpeza gubernamental ante las exigencias del hombre de la calle, del lenguaje críptico que emplean algunos políticos, del secretismo. Sí, de esas reuniones no anunciadas, luego filtradas, de las que nadie sabe su contenido, de las ruedas de prensa sin preguntas…. Albert Sáez recientemente escribía en las páginas de “El Periódico” sobre estos vicios de procedimiento que contribuyen a ahondar la distancia existente entre ciudadanos y electos. ¿Por qué no transparencia total respecto los bienes, negocios, recursos y actividades de la casa real? Misterio.
Dentro de pocos días se conmemorará el aniversario de la proclamación de la II República. Será esta una buena ocasión para hurgar en el cajón de la historia. Ante la proximidad del evento, un servidor de ustedes, prefiere remontarse en el tiempo para reivindicar la figura de un intelectual al que nunca se ha valorado merecidamente: Francesc Pi i Margall. El que fuera presidente de la I República Española nos dejó valoraciones sobre la monarquía de esta guisa: “La monarquía es el último vestigio del régimen de las castas, y no es posible hoy admitir ese régimen. La monarquía es la negación de la soberanía del pueblo, y del pueblo deriva todo el poder legítimo para los que no reconocemos en Dios el origen del poder público”.
Regresando al reconocimiento inicial de los servicios prestados también deviene oportuna esta cita de Tagore: “Agradece a la llama su luz, pero no olvides el pie del candil que constante y paciente la sostiene en la sombra”
¿Hasta cuándo? Abril, republicas mil.
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