Los escritos, las ideas y el pensamiento de Rafael Barrett tiene buenos e ilustres padrinos. Augusto Roa Bastos dice de él que marcó el camino literario a seguir a los escritores paraguayos que le sucedieron. Jorge Luis Borges lo considero un literato genial y digno de ser leído afirmando que mucha letra a su alrededor se le antojaba, por contraste, ñoñería. Dicen sus hagiógrafos que mantuvo amistad con Valle Inclán, Maeztu y otros ‘jóvenes del 98’. Gregorio Morán, en el 2007, publico un excelente estudio sobre la vida y obra de este cántabro de Torrelavega que moriría en América a la temprana edad de 34 años. Por cierto, autor escasamente conocido en España a pesar de haber vivido parte de su accidentada juventud en Madrid.
Rafael Barrett (1876-1910) fue un librepensador radical, bravucón y rebelde, defensor de causas perdidas y de los débiles. La controversia, la huida y la polémica le acompaño a lo largo de toda su vida; incluso me atrevería a decir que después de su muerte también. El movimiento libertario le ha reivindicado siempre como uno de los suyos – no en vano escribió el texto que llevaba por título ’Mi anarquismo’- aunque, al respecto, Gregorio Morán sostiene, en su trabajo biográfico, que etiquetarlo como anarquista es un despropósito. Más allá de la polémica sobre su ideario me resulta interesante todo cuanto escribió este paraguayo de adopción. Interés especial suscita, en estos tiempos de desconcierto y pensamiento único, la recopilación de artículos publicados bajo el nombre de ‘Moralidades actuales’.
La radicalidad y el estilo atemporal de este autor es de rigurosa actualidad; desprende crítica social, deviene un soplo de aire fresco lleno de vitalidad que nos da fuerzas para arremeter contra lo injusto, contra la manipulación política, religiosa y moral tan al uso en momentos de fuerte crisis económica y social. Rafael Barrett aliña la calidad de su obra con un humanismo impregnado de una acida crítica social. Profeta accidentado de un futuro imperfecto uno de sus aforismos dice así:
‘Un ladrón es un financista impaciente’.
Como colofón sugiero la lectura de este pequeño cuento con enseñanzas...
GALLINAS
de Rafael Barrett
Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada.
La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías; yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil.
Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas el intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí, y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso aceptar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo, y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presupuesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver.
¿Dónde está mi vieja tranquilidad?
Estoy envenenado por la desconfianza y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...
Publicado en "El Nacional", 5 de julio de 1910.
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