EL SHOW DE 'BELEN RUFIAN'
La contundencia y la dureza en la brega parlamentaria no tienen porque llevar implícita la grosería. Más bien al contrario. En política la dureza, cuando duele, es cuando se sirve fría, desapasionada, distante y cínica; cuando cae como un mazazo que quita el habla, obnubila la mirada y deja sin capacidad de reacción.
La política espectáculo – más allá de Guy Debord y la Internacional Situacionista- nos ha ofrecido múltiples muestras de provocación e histrionismo. Unas simpáticas, sugerentes e incluso sensuales, como fue el caso de la actriz porno, Illona Staller (Cicciolina) que llegó a parlamentaria por el Partido Radical italiano. Otras simplemente chulescas, mediocres o chabacanas, como fue la ópera bufa de los Ruiz Mateo y los Gil y Gil.
Los debates parlamentarios no pueden ni deben convertirse en un programa banal de entretenimiento, sin reglas del juego ni decoro. Bastante deteriorada está ya la imagen de la política para que la sometamos, aún más, a las ocurrencias de cuatro showmen pagados de sí mismos que se creen graciosos. El “interrogatorio” de Gabriel Rufián a Fernández Díaz y Daniel de Alfonso, no fue duro sino más bien maleducado, zafio y grosero. En lugar de escuchar, y ver en televisión, a un diputado independentista serio y convincente, contemplamos a un personaje híbrido y destemplado que bien podría haberse llamado Belén Rufián. El tono arrabalero del electo denigra el debate político y lo asemeja a un reality show al uso. La actitud del portavoz de Esquerra, en la comisión parlamentaria de investigación, casa poco con las citas poéticas que empleaba Carod Rovira en sus intervenciones, con las prolijas explicaciones de Joan Ridao, con los sermones de mosén Junqueras o el tono de pubilla educada que gasta Marta Rovira. No todo vale a la búsqueda de un titular.
Mala imagen para los que, cuando se acabe la comedia del referéndum, aspiran a gobernar Cataluña de aquí unos meses y hoy vegetan de perfil.
En el patio republicano alguien debería de poner orden antes de que sea demasiado tarde y el ejercicio de política termine siempre con una bronca de taberna.
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