El blog d'en Joan Ferran

8.1.18

                                          ROBERTO CARLOS PUIGDEMONT 

Hay quienes creen que la principal cualidad que debe poseer un político -más allá de la honestidad- debe ser la de un cierto pragmatismo basado en ideas y principios. Quizás sí, no lo discuto, aunque un servidor de ustedes añadiría, para devenir un buen político, otra condición indispensable y deseable: la de poseer una percepción de la realidad social en que nos ha tocado vivir atinada, objetiva y veraz. En cambio intentaría huir de aquellos que, negando lo evidente, intentan ajustar el mundo a sus pasiones, sumergiéndolo en un universo ficticio trufado de mentiras que, finalmente, ellos mismos acaban creyéndose. En este último grupo de manipuladores de lo real-posible englobaría a Carles Puigdemont y a esa corte de los milagros patrios, repleta de tránsfugas y enchufados, desplazada a Bruselas. 
No voy a echar mano, como suele hacer Pilar Rahola, de un bolero para decirles a ustedes que la distancia es el olvido. No, pero la permanencia de Puigdemont en ámbitos flamencos intuyo que ha afectado su capacidad cognitiva y de percepción de la realidad catalana hasta el extremo de convertirlo en un político desarraigado. Habla, como si nada hubiera sucedido. Exige, como si aún ostentara el cargo de presidente. Bromea, como si él no fuera el responsable de la aplicación del 155, la fuga de empresas y la devaluación de la autonomía catalana. Pontifica, creyéndose un gran líder, ignorando que lo que luce en el cuello no es una bufanda amarilla, con lazo de idéntico color, sino la soga de lo real. Una realidad tozuda que le recuerda cada día que otros obtuvieron más votos que él en las elecciones, que su circunstancia personal es la de un prófugo cobardica y que la justicia intentará seguir su rumbo más allá de las componendas políticas que ahora reclama a Rajoy. El mensaje de fin de año del ex presidente se me antojó tan patético como el seguimiento de las aventuras flamencas que nos transmite, con todo lujo de detalles, la televisión del régimen y los medios subvencionados. Me vino a la mente aquella conocida canción -que popularizo el cantautor brasileño, Roberto Carlos, hace algunas décadas y que aún suena insistente en el capítulo de lentos de nuestras fiestas mayores- La Distancia. Decía así: “Cuantas veces pensé en volver y decirte que de mi amor nada cambio y en la distancia muero día a día, yo”. Carles Puigdemont muere, sin saberlo, en la distancia para regocijo de adversarios y socios de hace cuatro días.
 Lo que ocurra durante las próximas semanas en la política catalana no estará exento de tensiones y conflictos pero todo el mundo sabe que más pronto que tarde el ex presidente será (otra vez Roberto Carlos) como “el gato que esta triste y azul y nunca se olvida que…” la gobernanza fue suya. Y no supo hacer lo que tocaba.