¿QUÉ TIENE BORRELL QUE NO PUEDEN CON ÉL?
Los pone a cien, los altera, los encabrona. Despierta en ellos agresividades dormidas, bajas pasiones, ansias de venganza e incontinencia verbal. La ironía socarrona de Josep Borrell los enerva pero, al mismo tiempo, necesitan de su verbo flagelante para escenificar el típico ritual sadomasoquista del victimismo secesionista, el gemido de la queja. QuimTorra, Elsa Artadi, Puigdemont y tutti quanti, saltan como muelles cuando el flamante ministro expone en televisión que la cosa en Cataluña está chunga. Lloriquean en los medios de comunicación. Le acusan de torpedear la convivencia y generar crispación. ¡Cuánto cinismo, cuanta hipocresía! Amarrados a sus lazos amarillos ignoran, u obvian, que en la Universidad de Barcelona no se ha podido hablar de Cervantes, que en Vic es preciso adjurar de las ideas para poder predicar en la calle, que algunos medios de comunicación otros no son tratados con ecuanimidad, que las crucificadas playas catalanas parecen cementerios y que las instituciones viven tapizadas con pancartas y simbología partidista...
Josep Borrell les incomoda por lo que puede decir y por lo que puede explicar. Alguno de esos que lo fiscalizan aun se lame las heridas de viejas batallas. Debatir en televisión con él la milonga del 'España ens roba' no sale gratis, marca y no se perdona. Pero quizás, lo que más fastidia a la tropa del independentismo radical, es que Borrell es un catalán de pura cepa, capaz de denunciar 'las cuentas y los cuentos del secesionismo y que su reputación, en Europa, está a años luz de la del president de la Generalitat. Nadie en la UE imagina a Borrell amarrado a un pensamiento xenófobo. Otros tendrán que batallar a fondo para evitar ser asimilados a grupos como la Liga italiana y borrar el testimonio de las hemerotecas. Y es que, amigos, estamos tan acostumbrados al ‘buenismo’ y a la hipocresía parlamentaria que cuando un político de raza, como Josep Borrell, se expresa con franqueza los pusilánimes tiemblan. Incluso algunos de sus correligionarios también lo hacen. ¿No habíamos acordado que en la nueva época convenía decir las cosas tal como son para evitar faroles en el juego del póker, engaños al solitario y equívocos?
Alrededor de su figura se han vuelto a derramar toneladas de tinta. Unos le llaman jacobino españolista; otros, caballo de Troya del nacionalismo catalán (sic)…
Y la cosa sigue. Un servidor de ustedes no les va a vender la moto de que Josep Borrell es un chico maravillas o un príncipe azul, nada de eso y poco de lo otro. Defectos tiene a montones y no los voy a contar. Ahora bien, cuando lo ponen a parir me viene a la memoria un eslogan antiimperialista, coreado en la plaza de la República de la Habana en septiembre de 1960, que decía así: “Fidel, Fidel, ¿Qué tiene Fidel que los americanos no pueden con él?” Aquella canción escrita en los años del bloqueo ha permanecido en la memoria de la gente y aun es tarareada en nuestros días. El líder cubano -con todos sus vicios- fue el paradigma de la resistencia contra el abusón del norte y eso no fue poca cosa…
Borrell, Borrell ¿Qué tiene Borrell que los secesionistas no pueden con él? Pues muy sencillo, el descaro y las agallas suficientes para explicar y poner de manifiesto el hartazgo de muchos ciudadanos respecto a ese mundo monocolor amarillo y quejumbroso. Borrell es un ejemplo de entereza, es voz y bálsamo para muchos catalanes y, afortunadamente, una advertencia democrática destinada los vividores a cuenta del procés. Y, claro, no pueden con él.
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