Si hace unos años Artur Mas no hubiera presumido de haber confeccionado el Govern ‘dels Millors’ quizás hoy no estaríamos hablando del Govern de los mediocres. Si, de esos que dicen y se contradicen, de esos que se pelean entre ellos, que balbucean y dudan en exceso, que se explican mal y, para colmo de males, centrifugan hacia Madrid las consecuencias de su insolvencia. A un servidor de ustedes no le tranquiliza lo más mínimo una rueda de prensa del conseller de interior señor Miquel Sàmper. Me inquietan las comparecencias televisivas de Alba Vergés. A Pere Aragonés le reconozco tanta buena voluntad como debilidad argumental y falta de brío. El legado gubernamental que nos ha dejado Quim Torra no da la talla, seguramente porque él tampoco la daba. Es tan exagerada la obsesión del ejecutivo catalán por singularizarse que resulta cansino escuchar a cada instante, con reiteración, que el Govern es quien gestiona el estado de alarma. Oír quejarse a Miquel Sàmper de que las competencias de este toque de queda no contemplan la totalidad de las utilizadas con anterioridad por el gobierno central, suena a provinciano. Siguen instalados en la queja permanente de cara a fuera, y en la pelea por la hegemonía dentro de la galaxia secesionista. Todos sabemos que la Generalitat no se ha caracterizado, precisamente, por una excesiva coherencia en la aplicación de medidas a lo largo de estos últimos meses y ahora juega a ser el duro de la película. Obedeceré sin rechistar las recomendaciones de las autoridades competentes, pero ello no implica que me agraden las enfermizas pretensiones de singularización de un Govern con pocas luces, ni su modelo expositivo
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