¿DE QUÉ REPÚBLICA ME HABLAN?
Los republicanos de siempre, los de toda la vida, no podemos más que sonrojarnos cuando los epígonos del pujolismo -y otros mutantes- nos hablan de ‘implementar la república’. Sí amigos, en sus resoluciones asamblearias y manifiestos intentan vendernos ese sofisma que dice: ’hacer efectiva la República’. Deviene tan naif la cosa que uno sospecha que no saben en realidad lo que quieren, o bien juegan a confundirnos. ¿De qué república nos hablan? ¿De una virtual? ¿De la que duró unos instantes? ¿De la del felpudo?... Dicen que el president Quim Torra es un hombre erudito y, a fuer de culto, extravagante. Una vez leídos sus prolijos escritos no sería extraño encontrar en ellos referencias a las Mahajanapadas, aquellas repúblicas oligárquicas que entre los siglos VI y IV a d C existieron en el norte de la India. También es posible que, un su vagar por tierras europeas, la corte de Puigdemont haya reparado en James Harrington. El pensador ingles, asociado al ideario republicano clásico, escribió en 1656 su famosa obra ‘La República de Oceana; toda una utopía llena de sugerencias de cara al futuro que Marx valoró positivamente. Pero no creo que vayan por ahí las cosas de Torra o Puigdemont una vez liquidada la buena de Pascal; lo suyo es la creación de un movimiento cesarista, perpetuarse y seguir en la onda. El ideal de república que James Harringnton perseguía era uno sustentado más en las leyes que en capricho de los hombres y, como es obvio, esas consideraciones no interesan a los prófugos de la justicia.
Pero volvamos al tema de la tan cacareada ‘implementación de la república’. De repúblicas, como de vinos, las hay de muchos tipos y calidades. Gabriele D’Annunzio instauró una en el Fiume tan efímera como desquiciada y estrambótica. Benito Mussolini parió otra en el norte de Italia -la República Social de Saló- bajo la tutela de la Wehrmacht que acabó tan mal como comenzó; por cierto, la de Saló sólo reconocida internacionalmente por los países del eje. Para regocijo de secesionistas la catalana virtual, de momento, ya goza de la bendición de Maduro, de un diputado finlandés despistado y de TV3. Podrán comprobar, a diario, que el nombre no hace la cosa, el mundo está lleno de sátrapas asentados en repúblicas nada democráticas.
¿De qué República me hablan pues? ¿De la de puños y pistolas que soñaron los hermanos Badia? ¿De una república asexuada donde lo social -Torra dixit- queda en segundo plano? Sepan ustedes que esa de mentirijillas, que va a vivir del momio en Bruselas, no me emociona; que aquella que sirve de coartada, para alimentar el discurso de un movimiento neoperonista, no me interesa; que esa que crucifica de amarillo el espacio público me horroriza… De repúblicas y de republicanos, al igual que de vinos, los hay de exquisitos y de infames; hay caldos de tetrabrik y de enoteca, hay republicanos serios y otros de bandera de conveniencia. Los demócratas -y republicanos- de toda la vida no impediríamos a Inés Arrimadas el acceso a Tortosa, condenaríamos los ataques a las sedes del PSC, no insultaríamos a los discrepantes de SCC, ni a los periodistas críticos con el secesionismo… Y es que, amigos, como muy bien dijo Aristóteles: “Un montón de gente no es una República”. Los republicanos auténticos, los de toda la vida, son ante todo demócratas con ideales a prueba de bombas e improperios.
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