EL SECUESTRO DE CAPERUCITA
A Caperucita la quieren encerrar. No por roja si no por otras cosas, seguramente ciertas no lo discuto, que tienen su miga. Soy de la generación que acuño el ‘prohibido prohibir’, también de la que tarareaba, con Paco Ibáñez, lo del lobito bueno, la bruja hermosa y el pirata honrado. Vaya, de la que soñaba -quizás hoy suene a ingenuo- un mundo al revés. Nos vendieron muchos estereotipos, falsos roles, jerarquías y verdades absolutas. Sin embargo henos aquí, aspirando a ir más allá, a pesar del sofisma del orbe encanallado que definió Kipling.
Leo en prensa que un grupo de madres y padres, con buenas intenciones, ha decidido desalojar de las bibliotecas de nuestras escuelas un considerable número de cuentos clásicos de la literatura infantil. Aducen para ello que contienen elementos perniciosos para la educación de niños y jóvenes, que trasmiten valores sexistas o autoritarios. Comparto la preocupación de esos padres por el contenido y el mensaje que puede destilarse de leyendas y narraciones escritas en tiempos pretéritos, pero de ahí a su paso a la hoguera del olvido hay un abismo. Deberían saber que todo lo prohibido y censurado suele generar curiosidad e incluso deseo de transgresión. Permítanme una ‘boutade’… ¿Se imaginan a nuestros menores en el recreo, pasándose de escondidas los cuentos de Charles Perrault o de los hermanos Grimm? Claro que no. Y es que, puestos a hilar tan fino, deberían de desaparecer del sistema educativo aquellos textos básicos de la civilización judeocristiana en los que la mujer es ninguneada y un dios vengativo castiga cruelmente a los humanos por desobedecer.
Comparto la pretensión de conseguir una educación libre de violencia, sexismo y discriminación racial ¡Faltaría más! Pero dicho eso, no nos dejemos llevar por ese afán purificador, restrictivo y regulador que todo lo invade y todo lo cuestiona. El exceso de celo puede convertirse en un campo abonado para una reacción en sentido contrario. Los nuevos valores desplazaran lo viejo y retrógrado con pedagogía, razonamiento y mucha paciencia, jamás con prohibición y censura. Una lectura comentada de esos relatos que se quieren eliminar de las bibliotecas bastaría para contrarrestar lo nocivo que supuestamente dormita en ellos. Me cuesta imaginar un universo mental sin Blancanieves, Liliput, Pulgartcito o los Tres Cerditos…
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