...Y RIVERA LO MUTILO
Vino del norte y en el acento llevaba el glamur de los Campos Eliseos. Holló las calles amarillo-ocre de un país y de una ciudad -también suya- castigada por ráfagas de ira, sectarismo, victimismo y venganza. Fue noticia, moda y novedad, pero su buena nueva no cuajó. Habló del bien y del mal, como Zaratustra, para acabar siendo denostado por los guardianes de las esencias y la tradición. Encandiló, fugazmente, a más de un ilustrado deseoso de modernidad y poco más. Ante la estulticia rebosante de los mediocres escuchó el canto quejoso de los leídos sin que estos, desconfiados y acomodados, tomaran partido por su discurso. Perseveró en alta costura política pero tuvo que conformarse con el ‘prêt-à-porter’ y algunos restos de serie ya amortizados. Predicó futuros perfectos y se vió fatalmente arrastrado por el discurso atávico de los hijos de la vieja derecha. Acudió a Colón, pecó y perdió el estado de gracia que disfrutaba entre agnósticos, tolerantes e indecisos. Intentó salir de la caverna para volar pero no pudo, estaba atado. Llegó Albert, su jefe, con prisas y rebosante de ambición, ergo: la transversalidad devino verticalidad, lo multicolor mutó a naranja amarga. El discurso dulce del cosmopolitismo dió paso a un canto marcial para mayor gloria de otro nacionalismo tan obsoleto y tosco como el de la ratafía. Y así fue como, incluso antes del voto de los barceloneses, Valls, el político ‘revelación’ que vino del norte, perdió fulgor y fuerza hasta ser relegado a ese discreto segundo plano que hoy ocupa.
Albert Rivera lo ató y lo mutiló. ¿Por qué? El líder naranja, que ha tenido en sus manos la posibilidad de vertebrar un sólido partido de centro liberal en España, ha preferido -por ambición personal- virar bruscamente hacia la derecha extrema buscando votos en caladeros del PP y VOX. En su empeño no ha dudado en achicharrar piezas relevantes de su escudería como Manuel Valls o Inés Arrimadas. Mal servicio al pluralismo constitucionalista tanto en España como en Barcelona. Hay quien dice que, llevado por un ego exagerado, Rivera no tolera en su galaxia naranja otros astros refulgentes. Quizás por todo ello yo, que Manuel Valls, no se lo perdonaría.
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