UN POCO DE CHISCHIVEO, POR FAVOR
Hace algunos días, desde esta misma columna de opinión, sugería que a la política española le convenía un ‘reset’. Sigo pensando lo mismo, pero con algunos aditivos y complementos. Es urgente bajar el volumen, los decibelios de la bronca dañan el intelecto, nublan la razón; conviene aguar la ira que se desprende de mucha letra impresa y edulcorar el léxico de los mamporreros de micro y caja tonta. Un país que pretenda avanzar y prosperar no puede vivir bajo el estrés que genera la conflictividad permanente. Eso no es bueno e instala en la opinión pública la sensación de que nada vale la pena, de que todo es un guirigay, de que no hay salida.
El gobierno apenas ha ejercido y ya recibe las andanadas de una oposición empeñada en derrocarlo -no le importa el método- lo más rápidamente posible. Error de manual. Desenterrar el viejo vocabulario del anticomunismo profetizando checas, traiciones y frentes populares por doquier, no es de recibo. Convocar manifestaciones con estética nostálgica en la plaza del ayuntamiento tampoco; huele a rancio. Esa actitud, en lugar de debilitar o señalar las contradicciones entre los socios del gobierno, solo consigue un cierre de filas cada vez más sólido de la coalición. Me resisto a pensar que entre los adversarios del ejecutivo no haya nadie, con sentido común, rumiando que nada es eterno, que la política da muchas vueltas, que los futuros están por escribir, ergo…
En 1972, una de nuestras grandes escritoras, Carmen Martin Gaite, leyó una tesis doctoral que no tardó en publicar bajo el título ‘Usos amorosos del dieciocho español’. Nuestra literata exponía en ella algunas modas y costumbres, practicadas en la España de aquella época, relacionadas no sólo con el cortejo y el galanteo sino también con la seducción. En ese ensayo Martin Gaite cita profusamente el concepto de chischiveo como el arte de cortejar ‘con desinterés platónico y constancia eremita’. De Italia nos llegaron las tácticas que proponía Maquiavelo; también arribó el ‘cicisbeo’ que estudió Carmen como forma relacional. ¿Por qué, en estos tiempos de verbo desatado, no intentamos incorporarlo a la política? A España, a Cataluña también, les convendría una buena dosis de generoso chischiveo reparador. Cuentan los eruditos que esos usos amorosos generaban confianza sin necesidad de roce carnal ni compromiso cerrado. En aras de la convivencia, y sin de necesidad pactos vergonzantes, me atrevería a solicitar a nuestros políticos en activo: ¡Un poco de chischiveo, por favor!
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