El blog d'en Joan Ferran

5.11.05

El PP juega al límite




Artículo publicado en el diario "El Mundo"

El autor sostiene que la admisión a trámite en el Congreso de los Diputados del Estatuto Catalán se ha producido en un clima político deteriorado por la actitud beligerante del PP, que ha orquestado un conjunto de campañas subliminales que alientan el enfrentamiento entre los españoles. Pide a Mariano Rajoy una reflexión al respecto y el pase a un estilo opositor más constructivo y dialogante.

El Partido Popular ejerce un derecho legítimo, incontestable, cuando se opone abiertamente al Estatut elaborado por la ponencia conjunta del Parlamento catalán. Nada que objetar al respecto. En un sistema democrático, como el nuestro, cada cual puede expresar libremente sus opiniones sin que ello deba comportar ningún tipo de agresión, vejación o insulto. Son las reglas del juego que conviene aceptar y preservar. También forman parte de esas mismas reglas inviolables los procedimientos parlamentarios a través de los cuales, una cámara autonómica, conduce al Congreso de los Diputados sus propuestas y resoluciones. Ha sido así como el Estatuto catalán ha llegado a Madrid: legítimamente y tras un laborioso y complicado proceso de elaboración. Pero lo ha hecho sin la serenidad necesaria. Ha arribado con los tobillos macerados a base de zancadillas y pisotones. Y eso no es bueno. El texto seguirá su curso, cierto, pero en el disco duro de miles de españoles alguien ha introducido el virus del mal humor y el desasosiego, de la suspicacia y la desconfianza. Es sabido que los extremos se alimentan mutuamente, que la radicalidad genera otra radicalidad, poco razonamiento y mucho estomago.

El partido popular ejerce una oposición basada en tres pilares que, precisamente, no son los de la sabiduría. Desde la calle Génova se construyen argumentarios políticos que apuntan casi siempre en una triple dirección. A saber: una, hacia la denuncia de una supuesta pérdida de valores morales tradicionales. Cuentan para esta tarea con la inestimable ayuda de los sectores más conservadores de la jerarquía eclesiástica. Otra, contra la izquierda en general, a la que acusa alegremente de proyectos colectivistas y de criptocomunismo. Y una última dirección, la más “terrible”, encarnada por la amenaza que destilan –según Zaplana y Acebes- los nacionalism