COLAU Y EL ‘JOGO BONITO’
Estoy seguro que a más de un cinéfilo le habrá ocurrido lo que a mí. La imagen de Ada Colau, de Pablo Iglesias, Pisarello, Asens y ‘tutti quanti’, apretujados y encerrados en un ascensor del ayuntamiento me ha recordado escenas hilarantes del camarote de los hermanos Marx. No sé si la remembranza me llega a partir de la sensibilidad marxista allí concentrada, la escasez de espacio o el chiste de los dos huevos duros. No lo sé. Da igual, ya saben ustedes que en el film el final es feliz y divertido y, en la vida real, el rescate se saldó con éxito. Pero, ojo al dato, en el caso del ascensor municipal hay un algo premonitorio, a saber: Los funcionarios de toda la vida liberaron de su encierro a los gestores de la autodenominada ‘nueva política’.
Algunos analistas y politólogos han llegado a afirmar, en más de una ocasión, que el estado italiano funciona con piloto automático; incluso hay quien sostiene que cuando en la República no hay gobierno, o éste ha dimitido, es cuando la máquina del estado funciona mejor. Pero seamos ecuánimes, Italia no tiene la exclusiva de este milagro en la gestión de la cosa pública; Bélgica, tras año y medio con un gobierno en funciones, fue capaz de aumentar el PIB, reducir el paro, contener el déficit y aumentar el salario mínimo. Salvando las distancias con la gran maquinaria de los estados nuestras corporaciones locales también garantizan la gestión de lo cotidiano durante el interregno de los cambios tras las elecciones. Estoy convencido de que el funcionariado y los técnicos del ayuntamiento barcelonés, por ejemplo, son capaces de garantizar la marcha de la ciudad sin más contratiempos que los habituales. Otra cosa es comprobar si los nuevos mandatarios van a ser suficientemente diestros en la trasmisión de órdenes y objetivos.
Sé que aún no han transcurrido los cien días de gracia que suelen concederse a cualquier gobierno novato. Lo sé y no pretendo criticar ni los nombramientos ni los primeros pasos del equipo de la señora Colau, pero, como ciudadano, tengo la obligación de alertar acerca del desconcierto, la falta de criterios y referentes políticos que se observa en determinadas áreas del nuevo ayuntamiento. Un servidor de ustedes no va a detallar de forma pormenorizada las muestras de bisoñez política de nadie ni las lagunas de gestión. Tiempo habrá en el futuro para ello. Y no lo haré porque, a día de hoy, la profesionalidad de los empleados municipales permite que la institución cumpla sus cometidos en beneficio de la ciudad. A pesar de este buen hacer funcionarial están emergiendo los primeros síntomas de desconcierto, confusión y ausencia de objetivos claros. Y es que, amigos míos, los procesos participativos, el discurso regenerador, la honestidad y los gestos son necesarios e importantes pero gobernar es decidir, optar y priorizar. Si el nuevo gobierno de la ciudad cae en la tentación del denominado ‘jogo bonito’ fiándolo todo a los golpes de efecto, la foto y la inercia administrativa se va a estrellar… y la ciudad pagara las consecuencias.
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