Lo volveré a hacer con mayúsculas. Sí, aunque sea a lo Carlos Gardel con la frente marchita y las nieves del tiempo plateando mi sien. Ya sé que el tiempo es oro, que pasan los años y se perdió de nuevo una oportunidad. Lo sé, pero volveré a votar a conciencia. Lo haré aunque sea a lo Maruja Torres, con una palangana bajo el brazo para contener la nausea que provoca el cabreo y el mal humor. Insisto, lo volveré a hacer porque estoy convencido de que los adolescentes aprenden de los errores y maduran. Es más, no se puede malograr el destino colectivo de un país ‘por una cabeza y todas las locuras’ (regreso de nuevo al rey del tango)…
A un servidor de ustedes no lo van a camelar ni los tertulianos catastrofistas ni los publicistas del desánimo. Tampoco esas voces subterráneas interesadas en que la gente se quede en casa y aparque sus esperanzas pensando que no hay salidas, que todo es un cambalache. Menos aun me van a amilanar aquellos que juegan a denostar nuestro estado de derecho desde un pulpito institucional. Nos quieren con una actitud pusilánime, recostados en la molicie, contemplando la pantalla de un televisor. Y eso amigos lectores sería lo fácil, lo menos comprometido; pero, sobre todo, sería un agravio a todos aquellos que, a lo largo de la historia de la humanidad, lucharon para que podamos hoy ejercer ese derecho fundamental que diferencia las democracias de las dictaduras: el derecho al voto.
Iré a votar por mis ideas y por civismo, pero también para que el gusanillo de la conciencia no pueda exigirme responsabilidades si mí querida España -toco madera- regresara al lado oscuro. Lo haré porque estoy convencido de que el abstencionismo preñado de desengaño abre las puertas del Averno político. Eso sí, no esperen de mi condescendencia para los culpables del hartazgo y el desánimo, tampoco justificación de lo injustificable. Voy a ir a votar con ganas, cuantas veces sea preciso, para intentar cerrar el paso a esos políticos carroñeros amantes del ‘cuanto peor mejor’.
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