SOBERANISMO A LA FELSENBURG
Tanto Artur Mas, como los practicantes de la fe soberanista, se valen con frecuencia de alegorías vinculadas al mar, las islas míticas y las dificultades de la navegación. El archiconocido viaje a Ítaca, el timón o la ruta a seguir forman parte ya del vocabulario básico del buen secesionista y de sus escribas. A lo más clásico tendrán que añadir, sin lugar a dudas, el laberinto gramatical generado alrededor de la famosa lista electoral: con, de, sin el President… Por cierto, lista que para descanso de muchos ya goza de cabeza y tronco. Lista electoral que va a ofrecer, en sus extremidades, cobijo a náufragos de cien tempestades y a tránsfugas poco recomendables.
Y ya que con anterioridad hemos hablado de elementos marinos vinculados al secesionismo, y sus futuros pluscuamperfectos, viene a cuento una recuperación literaria. En pleno siglo XVIII el alemán, Johann G Schanbel, escribió una obra que bautizó como ‘Maravilloso destino de unos navegantes’ que, sin embargo, ha llegado a ser más conocida con un título más romántico: ‘La isla Felsenburg’. Una isla desvinculada del mundo y la sociedad de su tiempo en la que un grupo de náufragos sueña construir una sociedad modélica, una utopía política y social… Felsenburg es concebida como una república de hombres y mujeres libres y justos. Allí todos los ciudadanos gozan de los mismos derechos y deberes, todo es propiedad de todos y rige el principio de ‘a cada cual según sus necesidades’. La vida familiar es armónica y solo se permite vivir en Felsenburg a los justos. Los recién llegados a este paraíso en la tierra se someten a un proceso de selección tras narrar sus peripecias como náufragos… Ustedes me perdonaran pero encuentro en esta obra literaria elementos suficientes para poder incorporarla, sin problemas, al rico bagaje simbólico-alegórico- místico del independentismo.
El ex ecocomunista Raúl Romeva ya forma parte del santoral soberanista para el 27S. A pesar de la frustración y mal humor latente entre los chicos de ERC la imaginación de algunos se ha desbordado, tanto, que ya se ven finalizando el viaje con ‘la caseta i l’hortet’ en su isla imaginaria.
No me atrevo a vaticinar cual será el destino de los navíos ni de los navegantes pero conviene saber que, junto a islas fruto de la imaginación y la creación literaria como Felsenburg, existen otros archipiélagos no tan felices como destino. Si no que le pregunten a Napoleón cómo lo pasó por Santa Elena.
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