PUIGDEMONT INTERRUPTUS
El prófugo de Waterloo y sus monaguillos han contribuido como nadie al enriquecimiento del vocabulario político y la jerga periodística. A partir de hoy, visto lo visto en Estrasburgo, el concepto ‘Puigdemont interruptus’ pasará a la historia como aquel método que, tras prometer e insinuar instantes intensos inimaginables, se bate en retirada. Y es que, amigos, supongo que el grado de insatisfacción y frustración de los independentistas desplazados hasta las puertas del Parlamento Europeo ha sido notable. Han arribado a la capital alsaciana por tierra y aire, en autocares fletados por la ANC, en vehículos privados, ataviados con merchandising secesionista, esteladas y otros símbolos totémicos. Lo han hecho con la ingenua pretensión de ‘sensibilizar’ a la vieja Europa. Abducidos por el discurso de un montón de irresponsables y vividores aun no han comprendido que no hay nada que no sea digerible o asimilable por la lógica de los estados. Imagínense el panorama: Europa preocupada por cómo se distribuye el poder y se estructuran sus órganos de gobierno mientras un puñado de turistas procesistas vociferan sobre el puente Joseph Bech. Un día redondo para el gremio de la restauración de Estrasburgo, hoteles y farmacias. La reencarnación de la leyenda del Capitán Araña -aquel que embarcaba a todos mientras él se quedaba en tierra- se ha consumado con un ‘Puigdemont interruptus’ a escasos kilómetros de la concentración. Las cosas son así. En este país hemos transitado del tópico de ‘L` Avi turista’ al turista procesista; del concurso de Miss Camiseta Mojada a coleccionar camisetas cada once de setiembre para disgusto de Clara Ponsatí. Eso sí, no se pierdan las declaraciones de un vehemente Eduard Pujol denunciando que es una anomalía la ausencia de los fugados obviando que, lo realmente anómalo es que se escondan.
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