El blog d'en Joan Ferran

19.9.23

 

¿ A DÉBITO O A CRÉDITO? 



 Hay quien afirma que la izquierda en nuestro país es especialista en auto lesionarse, que en ella hay demasiado masoquismo, demasiada complacencia en sentirse maltratada, demasiado personaje resentido que no sabe salir de escena y dar un paso al lado. Algo de cierto debe de haber en todo ello cuando por ejemplo, en esa tierra de nadie que hay entre investiduras, Ione Belarra, -y lo que queda de Podemos- plantea como condición sine qua non para apoyar un futuro gobierno de Pedro Sánchez, la continuidad de Irene Montero al frente del ministerio de Igualdad. Petición a todas luces inoportuna en parámetros políticos, también en términos de agenda, cuando aún anda pendiente la presentación en sociedad de Núñez Feijóo. Exigencia tan improcedente y errónea como lo fue la visita de Yolanda Díaz a Waterloo a principios del mes de septiembre. La dirigente de Sumar, y su monaguillo Jaume Asens, situaron a destiempo a Carles Puigdemont en el epicentro del debate de las investiduras. Ahora pagamos las consecuencias de esa tremenda torpeza. La supuesta ala izquierda del ejecutivo español ha contribuido, con su afan de notoriedad, a colocar en el núcleo de las discusiones lo identitario en detrimento de lo económico y social. Sí, algunos sectores de la izquierda son especialistas en auto lesionarse, en mecerse en lo táctico olvidando lo estratégico renunciando a su ideario y programas. Por si ello fuera poco, en el cosmos socialista las declaraciones de Felipe González y Alfonso Guerra ante la non nata ley de amnistía, han generado incomodidad y gran controversia. El debate suscitado no ha estado exento de desafortunados comentarios, insultos y descalificaciones contra los objetantes. Los los medios de comunicación y las redes sociales han sacado punta de ello. Flaco servicio a la libertad de expresión la de los dogmáticos que olvidan que en el PSOE, desde su más temprana historia, hubo siempre pareceres diversos y confrontados (Largo Caballero, Indalecio Prieto, Julián Besteiro Juan Negrín...). Hay tanta sequía de verso libre en el seno de nuestra izquierda que no estaría de más, como terapia, aplicar aquella conocida máxima de Mao consistente en “Permitir que cien flores florezcan y que cien escuelas de pensamiento compitan...”. Eso sí, con respeto y sin dar munición a los adversarios. Hace pocos días un apesadumbrado Fernando Onega comentaba en uno de sus artículos, que en este país no faltaba ningún ingrediente para poder proclamar el ‘estado de crispación’. Acertaba el veterano y laureado periodista. La agresividad verbal de algunos portavoces de los principales partidos políticos, la convocatoria de actos y manifestaciones anti amnistía en toda España y los planteamientos cada vez más intransigentes de los dirigentes independentistas no auguran nada bueno. Núñez Feijóo agita la calle, no tiene apoyos suficientes para conseguir que prospere su candidatura, actua como oposición y renuncia a vertebrar un discurso y una propuesta creíble. La izquierda mientras tanto se dispara un tiro en el pie tolerando bravuconadas independentistas con resignación. Los tuit de Carles Puigdemont en jerga bancaria ensucian y dificultan cualquier negociación política. Todo huele a nuevas elecciones. ¡Abran juego señoras y señores! Se aceptan apuestas acerca de quien va a pagar la factura política de llevar de nuevo a los ciudadanos ante las urnas. A fin de cuentas tiene mucha razón Rafael Jorba cuando en sus artículos sostiene la idea de que el verdadero problema ya no es la viabilidad constitucional de una amnistía, sino el coste político que supone plantearla como el elemento clave para lograr la investidura de un gobierno progresista. Nadie sabe si la investidura la vamos a pagar a débito, a crédito o si va a saltar la banca. Tiempo al tiempo. Así las cosas, igual lo mejor para la izquierda hispana, en lugar de auto lesionarse, sería echar mano de Mariano José de Larra y releer su ‘Vuelva usted mañana’.

5.9.23

ESCARMENTADOS, ESCALDADOS Y DUROS

 

BUENISTAS Y ESCARMENTADOS 




 Hubo un tiempo en este país en el que algunos plumillas malintencionados empleaban como muletilla retórica, y discursiva, la idea de que en el seno de la izquierda catalana cohabitaban dos ‘almas’. Definían a una de ellas como jacobina y a la otra como a un caballo de Troya del nacionalismo. Superada felizmente la fase del animismo, y una vez demostrado que aquel caballo devino un poni errante, el personal de izquierdas tiene derecho a discrepar sobre lo que conviene hacer en política. Esta vez no se trata de discutir sobre la existencia de algo inmaterial sino sobre lo factible, conveniente y ajustado a derecho, capaz de poner en marcha este país. Núñez Feijóo y los suyos son conscientes de que en esta ocasión no van a gobernar. Su no reconocimiento de la pluralidad parlamentaria es la consecuencia de su aislamiento; la concomitancia con VOX su pecado mortal. Lo que se dirime hoy en la política española es como encajar las exigencias de una nueva realidad parlamentaria y territorial. Ahora bien, el reconocimiento de esa nueva realidad no puede, ni debe, implicar un sometimiento a los caprichos de una minoría. El independentismo es insaciable por naturaleza, provoca el síndrome de Sísifo a sus interlocutores y no entiende de razones de estado. Desde los partidos secesionistas se habla alegremente de una Ley de Amnistía como la piedra filosofal capaz de convertir lo punible en loable. Cuentan los peticionarios de la ley con el beneplácito de personajes como Jaume Asens, Joan J. Queralt y algunos más. Poco les importa si para ello hay que retorcer la Constitución y procurar la bendición de unos cuantos expertos. Cicerón solía decir que no hay absurdo que no haya sido apoyado por un filósofo. Llegados a ese punto comparto la idea de Quim Coll cuando afirma que una amnistía de esa naturaleza vulneraría la separación de poderes y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. Constato que entre mis conocidos y amigos, respecto a las negociaciones del PSOE con Junts y ERC, hay básicamente dos actitudes (¿almas?). Una, ‘buenista’ y bien intencionada, capaz de comprender, asimilar, aceptar y defender cualquier apaño -aunque sea efímero- para ver de nuevo a Pedro Sánchez y Yolanda Díaz en el gobierno de España. Otra, dolida y escarmentada tras comprobar cómo ninguna medida y cesión sacia las exigencias secesionistas. Para colmo de males la ANC, y un sector de ERC, siguen con su verbalismo irredento. Los escarmentados no son (somos) una peña de sectarios, amamos el pacto y el diálogo, pero nos preguntamos qué nueva exigencia colocará sobre la mesa una ERC acomplejada o un Puigdemont apurado. Simpatizo con los escaldados; no me gustan los reincidentes y comparto con otros escarmentados la opinión de Ramón Jauregui cuando dice: “Si la minoria nacionalista exige lo imposible, digamos ‘no’. Puestos a jugar a la política ficción, conocedores de la pugna entre ERC y Junts por la hegemonía en el universo secesionista. ¿Se imaginan ustedes a Carles Puigdemont regresando a España en olor de multitudes (independentistas, por supuesto) y libre de compromisos con la justicia? ¡Vaya espectáculo! ¿Precedentes, experiencias y paralelismos con otros regresos sonados? Los hay. El 24 de marzo de 1814 Fernando VII cruzó el río Fluviá camino de Gerona acompañado del general Francisco Copons. El militar portaba un pliego de la Regencia para que el monarca jurara la Constitución de 1812. El Rey no lo hizo, tampoco siguió la ruta trazada. El recibimiento popular de ‘El Deseado’ fue tan desbordante y apoteósico que nadie le contradijo. Ya saben ustedes que en este país hay algunos iluminados capaces de vitorear cualquier esperpento con un ¡Vivan las cadenas! Pues bien, si Puigdemont amnistiado regresa a Cataluña, cruzando el río Fluviá en un descapotable, quién garantiza que él y los suyos van a respetar la Constitución. Eso sí, a Oriol Junqueras y a Pere Aragonès les daría un síncope.