El blog d'en Joan Ferran

26.1.21

UN 'PAJARO' LLAMADO ASENS

 





LOS PIROPOS DE PABLO IGLESIAS 


 No soy sovietólogo, ni puedo opinar sobre la dacha de Galapagar, nunca me han convidado allí a tomar el te. Eso sí, confieso que me gustaría adivinar los resortes mentales -evidentemente los ideológicos- que mueven la práctica política de Pablo Iglesias, tanto en el seno del gobierno de España, como respecto a Cataluña. No voy a recurrir a lo fácil. A estas alturas del serial me parece aburrido, y reiterativo, hablar de Puigdemont o del exilio. Ahora bien, creo que tiene un cierto interés intentar dilucidar cuales son las razones que impulsan a Pablo Iglesias a lisonjear al independentismo y sus próceres. Los piropos, en política, casi siempre encierran intenciones aviesas. Pablo Iglesias es una persona que ha mamado la política desde su tierna infancia, que ha estudiado y obtenido excelentes notas en las universidades, que ha complementado su formación académica con experimentos comunicativos y mil cosas más. Cuesta creer que sus apariciones en el circo mediático, no obedezcan a un estudiada estrategia de supervivencia en un escenario político, cada vez más complejo y competitivo. Las elecciones catalanas están a la vuelta de la esquina, y los sondeos no auguran un resultado espectacular para las listas de ‘En Comú Podem’. El podemita sabe que el ‘efecto Salvador Illa’ pasa el rastrillo sin hacerle asquitos al ámbito de la izquierda radical. En la memoria de Iglesias aun retumba lo acaecido en los últimos comicios de Galicia y Euskadi, en los que Unidas Podemos pinchó estrepitosamente. Si por ventura ello también ocurre en Cataluña, su liderazgo podría quedar en tela de juicio. Ya saben ustedes que la argamasa que conforma Unidas Podemos, y también ‘En Comú Podem’, no es precisamente de hormigón armado. Detrás de Ada Colau poca cosa hay que tenga tirón electoral. Y es en esta coyuntura tan delicada para la formación morada, donde los consejeros áulicos llegados de Barcelona -Jaume Asens y Gerardo Pisarello- entran en acción. ¿Cómo? Convenciendo al madrileño de que lo óptimo para su liderazgo es conseguir un gobierno de coalición en Cataluña de Esquerra Republicana y los Comunes, ante la mirada resignada de un PSC, al que se le exige sentido de la responsabilidad institucional. En el fondo, el sueño de esos consejeros áulicos contaminados de procesismo -un monitor de fugas y un arranca banderas- es colocar a los socialistas Miquel Iceta e Illa de espectadores en los márgenes de la política catalana. Actúan así porque temen desaparecer como experimento político, debilitados por su propia y contradictoria heterogeneidad, fagocitados por el voto útil para el cambio que puede encarnar Salvador Illa. Pablo Iglesias, como buen lector de El Príncipe, cuida y mima a los independentistas catalanes, al tiempo que busca congraciarse con los nacionalismos periféricos. No sólo les regala los oídos sino que, incluso, incorpora a su propio discurso exigencias, conceptos, léxico y términos del universo simbólico secesionista. Iglesias es consciente de su debilidad numérica respecto al PSOE en el Congreso de los Diputados, y también en el seno del Gobierno de España. Quizás por todo ello intenta articular y capitanear un totum revolutum de fuerzas parlamentarias, una alianza que le de un plus de peso político a la hora de negociar con Pedro Sánchez. Alguien escribió en alguna parte que Iglesias se columpia entre el radicalismo, la maniobra y la gobernanza; alguien también apuntó que le gusta mutar el cartesiano ‘cogito ergo sum’ por el ‘provoco luego existo’. Y así va sobreviviendo con andanadas antimonárquicas, guiños a los prófugos de Waterloo y programas de televisión de máxima audiencia. Lo dicho: nada es casual, ningún piropo político es gratis. La estrategia de los consejeros áulicos llegados de Cataluña, impregnados de procesismo, impele a Iglesias a rendir pleitesía al independentismo como método para conseguir taurina y sobrevivir.

20.1.21

 

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EL GOVERN MÁS INUTIL DE LA HISTORIA DE CATALUÑA

 





 EMPACHADOS HASTA LA NAUSEA 

 No teman. No voy a reproducir la frase mas citada de Don Estanislao Figueras, presidente de la primera república española, con la que manifestó la irritación y el cansancio que le provocaron sus coetáneos políticos. Pocos días después de ello tomó un tren y partió raudo hacia Francia. Cuentan los historiadores que, fatigado y harto del entorno político en el que le tocó lidiar, ni tan siquiera llegó a presentar formalmente su dimisión. Pocos meses antes, en febrero de 1873, un Amadeo de Saboya sin suficientes padrinos, de uniforme y sable, había abdicado. El monarca lo hizo tras remitir una misiva a las cortes en la que se declaraba incapaz de reinar entre y con hispanos. Sí amigos, han sido muchas las personalidades que, a lo largo de la historia de este país, han manifestado su angustia, contrariedad o enojo por la forma en que abordamos la convivencia ciudadana y el juego político. Una carta de Miguel de Unamuno, fechada en 1923, dirigida a un profesor residente en Argentina decía: “Me ahogo, me ahogo, me ahogo en este albañal y me duele España en el cogollo del corazón”. Frase que fue repetida hasta la saciedad por los hombres y mujeres de la Generación del 98 y que recientemente, un dirigente de partido jubilado anticipadamente, reutilizó tras la DUI catalana de 2017. Pero fuera del ámbito estrictamente académico o institucional también hay personalidades, con notable talento y proyección pública, que a su manera han verbalizado su hartazgo ante las practicas político-parlamentarias embrutecedoras y frustrantes. En este sentido confieso que me impactó oír las palabras de Iñaki Gabilondo, en el programa de la SER que conduce Àngels Barceló, afirmando tajante: “No quiero hacer comentarios políticos, no me siento capaz de continuar, estoy empachado”. Explicación elegante, de factoría Gabilondo, que contiene la misma pulsión interna que debieron experimentar Figueras, Amadeo de Saboya o Unamuno. Intuyo que Gabilondo no abandona su editorial diario por falta de audiencia, edad o cansancio sino porque, como él ha dicho, se niega a ser un ‘altavoz de la irrelevancia’, la crispación y el ridículo político. Digámoslo claro: la desafección, el desencanto y el cabreo del ciudadano es fruto de esa política mezquina cuyo único objetivo es dinamitar al adversario y achacarle todas las culpas. Así, por ejemplo y sin ir más lejos, deviene escandaloso el espectacular mangoneo al que hemos asistido alrededor de las elecciones catalanas y su calendario. Con un Parlamento disuelto y cerrado a cal y canto, con un presidente en funciones de pocas luces, y con los socios de un Govern peleando entre sí por un puñado de votos, intentar camuflar el cambio de escenario electoral con un ‘buenismo’ barato anti virus, no es de recibo. Como tampoco lo es que, para Ciudadanos y el Partido Popular, sea más importante su necesidad de tiempo añadido que la arbitrariedad de trasladar los comicios a una fecha lejana. España es la patria de los perros del hortelano. Incluso la pluriempleada de TV3 y hagiógrafa de presidentes caídos, Pilar Rahola, ha escrito que Cataluña “tiene un Govern timorato que se esconde en los técnicos para justificar su ineptitud”. Para vencer la pandemia e iniciar la recuperación económica, España necesita sosiego y pacto, cierto; pero en el ámbito catalán se impone la necesidad de vertebrar una reacción democrática colectiva que soslaye el caudillismo, las quimeras imposibles y apueste por la gobernabilidad eficiente de lo cotidiano. Cataluña no puede seguir un montón de meses más gestionada por un ejecutivo pusilánime que no sabe a donde va. El abuso de poder perpetrado por los epígonos del peor presidente de la Generalitat, con la excusa de la pandemia, es deleznable. Un despropósito más de un Govern que convierte el empacho mental, del que habla Iñaki Gabilondo, en nausea.

18.1.21

ESPAÑA PATRIA DE LOS PERROS DEL HORTELANO

EL 14 F Y LOS PERROS DEL HORTELANO 

 A Oriol Junqueras hay que reconocerle, sin que sirva de precedente, que tiene cierto olfato político. Tan pronto como se hizo público el aterrizaje de Salvador Illa como candidato socialista a la presidencia de la Generalitat, el líder republicano se apresuró a profetizar que las elecciones del 14 F iban a ser un combate entre los socialistas catalanes y Esquerra. Olía el peligro. Bastó un simple tweet para que su predicción, convertida en noticia, provocara desasosiego y alarma en el palacete de Waterloo. Probablemente la intención inicial de Junqueras era desbrozar el camino para Pere Aragonés, dejar en un segundo plano a la tropa de Puigdemont y centrifugar al PSC hacia los márgenes donde dormitan los votantes desencantados de Ciudadanos. Vayan ustedes a saber la dimensión real de lo que intentó Oriol, pero lo cierto es que el llamado ‘efecto Salvador Illa’ ha ido in crescendo desde aquel día. Lo ha hecho acompañado de unas encuestas favorables que proyectan al PSC como un competidor serio con opciones de triunfo. Y observen: la agresividad de los adversarios de Salvador Illa es directamente proporcional al impacto generado por el anuncio de su candidatura, y a la publicación de las últimos sondeos. El fuego a discreción ya ha comenzado. Los mismos que pedían a gritos su dimisión como ministro de Sanidad del Gobierno de España, hoy lo querrían ver eternamente encadenado a las ruedas de prensa sobre el Covid. El movimiento de piezas de Iceta y Sánchez no sólo les ha descolocado, sino que les ha hurtado el protagonismo mediático. El foco informativo en estos tiempos de inquietud ha sido para Illa y su educada sobriedad. Paradójicamente el tránsito entre partidos de Lorenas, Annas y Evas ha suscitado poco interés y escasos titulares. Así las cosas, nadie se atreve a vaticinar en qué condiciones político-sanitarias se encontrará el país en el momento de acudir a las urnas, cuál será el nivel de agobio de la ciudadanía, ni cuáles los indices de participación electoral. Lo que sí parecen estar garantizadas son las andanadas verbales -estas ultimas semanas nada ejemplares- y las actitudes demagógicas. Mucho me temo que vamos a presenciar una campaña electoral de perdigonada, de todos contra todos, que no va a respetar bloques de ninguna clase ni otras consideraciones de tipo ideológico. De aquí al 14 F no habrá amigos ni socios preferentes, cada cual intentará salvar sus posiciones. Elemento, este último, que no siempre concuerda con lo que necesita este país para su reconstrucción moral, económica y política. Son muchos los analistas que, de cara al futuro, nos advierten acerca de la dificultad de articular acuerdos políticos estables en un Parlament tan fragmentado como se prevé tras los últimos sondeos. No va a ser nada fácil lograr consensos. Nos hallaremos ante tres formaciones, prácticamente empatadas en escaños con la aspiración de presidir la Generalitat. La cosa promete, lo intentaran flanqueadas por grupos minoritarios a la greña y con la amenaza disruptiva que encarna VOX. Cuentan que el famoso refrán ‘El perro del hortelano ni come ni deja comer...’ tiene su origen en una de las fábulas de Esopo. En ella un bondadoso buey reprocha al perro del amo del huerto -can que no come vegetales- que no permita que otros animales coman los frutos que ofrece el campo. Lope de Vega escribió también una comedia en 1618, en la que hace referencia a los individuos que no disfrutan de algo por que no quieren pero que, ademas, impiden que otros lo hagan; esos individuos actúan movidos por la envidia o intereses inconfesables. Hay mucho perro del hortelano en la política catalana con los ojos puestos en la escena española. Lo hay en el cosmos independentista, también en la galaxia constitucional. Para las hemerotecas quedan las propuestas de listas conjuntas y pactos electorales. Para el recuerdo quedan las proclamas unitarias presuntamente altruistas y salvadoras del país ante el desgobierno de los secesionistas. El combate comenzó, las batallas colaterales están en danza. Primer objetivo de todos, sin distinción: laminar el ‘efecto Salvador Illa’.

¡RESPONSABILIDAD!





PROHIBIDO DIVERTIRSE? 



 Que el ocio, la diversión y el dolce far niente contribuyen al relajo y a hacernos la vida más agradable no lo discute nadie. Pero de ahí a idolatrar el esparcimiento irresponsable va un abismo. Jugar con la salud colectiva a cambio de unas horas de desahogo no tiene justificación alguna. Observo con perplejidad un cartel pegado en un muro de mi ciudad donde destaca la quejosa frase: Prohibido divertirse. Me disgusta porque nadie ha pedido que dejáramos de divertirnos, gozar o reír; tan solo nos reclaman, por nuestro propio bien, máxima precaución y medidas de seguridad. Con enojo contemplé, en televisión, como en Euzkadi un grupo de jóvenes se resistía a abandonar una fiesta ilegal con gritos de ¡Libertad, libertad! Mi disgusto siguió en aumento al observar, en Madrid, como trescientas personas eran desalojadas de una sauna y futbolistas profesionales participaban en fiestas inseguras y multitudinarias. La tolerancia policial con la ‘rave’ de Llinars, o la cabalgata ‘okupa’ de Gracia, me ha abrumado. El derecho al ocio y la diversión no puede, ni debe, estar reñido con las exigencias sanitarias que demanda la lucha contra la pandemia. Las medidas y restricciones aplicadas al respecto no son un capricho de las autoridades sanitarias. Contaba el filosofo estadounidense, Irwin Edman, que la mejor prueba de la calidad de una civilización era la calidad de su ocio. No se si el ilustre pensador pudo llegar a mesurar el nivel de estupidez de algunos ‘civilizados’.

5.1.21

¿HASTA CUANDO?

 

LA MERIDIANA COMO SINTOMA 

 Cualquier día todo serán lloros y lamentos. Al igual que ocurrió con el incendio de la nave de Badalona, la que desgraciadamente se saldó con la muerte de varias personas, cualquier suceso luctuoso o desagradable que pueda ocurrir en la Meridiana contará, a posteriori, con un puñado de políticos centrifugando culpas, intentando blanquear sus responsabilidades. Presiento que ese día, tanto la alcaldesa Ada Colau, como el conseller de Interior de turno, pondrán cara de poker para justificar su abandono del tema. Los reiterados cortes de trafico de la avenida Meridiana claman al cielo. El protagonizado el día de Nochebuena fue una canallada que fastidió la fiesta familiar a un buen número de confiados ciudadanos que quedaron atrapados sin posibilidad de escape. En más de una ocasión se han producido atropellos, incidentes, insultos y agresiones violentas a transeúntes y periodistas. El pasotismo del Ayuntamiento de Barcelona y del Govern es una invitación a la ciudadanía para que se tome la justicia por su cuenta. De momento los vecinos protestan pacíficamente, recogen firmas y elevan sus quejas por los conductos pertinentes; cierto, pero la paciencia tiene un límite y el mal humor crece entre el vecindario. Les aseguro a ustedes que, de persistir el escandaloso quietismo de las autoridades al respecto, afloraran otras formas de presión y rechazo quizás no tan sosegadas. Al tiempo. Lo que ocurre en la avenida Meridiana es un síntoma, una muestra, de que nuestros políticos no están en forma.

PRIMITIVOS Y DESCONSIDERADOS

 



¿PASION HUNGARA O ‘EFECTO SALVADOR ILLA’? 


Juzguen ustedes mismos el nivel y el tono. Hace pocos días Pablo Casado subió a la tribuna del Congreso de los Diputados para sermonear al presidente del gobierno por no haber felicitado las navidades como manda la tradición. El dirigente del PP le reprochó que lo hiciera empleando un eufemismo y no una fórmula explícitamente ‘cristiana’. A Pedro Sánchez le resultó fácil articular una réplica no exenta de ironía y jocosidad. Regañó al popular por su precariedad argumental y por el aprovechamiento de cualquier circunstancia para atacarle, ‘incluso con las navidades’ dijo. El tono del discurso y la actitud de Casado me trajo a la mente la figura de dos personajes, distanciados en el tiempo pero no tanto en las ideas; a saber: Viktor Orbán y José María Albiñana. Al mandatario húngaro ya lo conocen ustedes por su particular ‘gulasch’ ideológico condimentado con toques de xenofobia, euroescepticismo y reformas de dudosa calidad democrática. Nada que añadir al respecto. El otro personaje, el valenciano José María Albiñana, fue el hombre que se hizo un hueco negro en la historia de la Segunda República al fundar el Partido Nacionalista Español (PNE). Esta formación, de carácter ultraconservador, tenía como lema ‘Religión, Patria y Monarquía’. Su doctrina se resumía en los veintidós puntos de su ‘Breviario Nacionalista Español’. En él se defendía la unidad de España, la religión católica y la Monarquía. ¿Les suena? El órgano de expresión del partido era la revista ‘La Legión’. Fue el vehemente Albiñana el que, en la necrológica de Francesc Macià, aprovechó sin escrúpulos el evento para fustigar al gobierno y arremeter contra la autonomía catalana. Eso ocurrió un cuatro de enero de 1934, hoy hace ochenta y siete años. Toda la cámara se sumó al pésame por l’Avi, incluidos José Antonio Primo de Rivera y Alejandro Lerroux. No lo hizo Albiñana que orquestó una tángana como las que actualmente se prodigan en el Congreso de los Diputados. Ya saben ustedes que para algunos políticos todo vale con tal de embestir al adversario. Necrológicas, navidades o biografías de padres y abuelos pueden ser usadas impunemente como arma arrojadiza. Albiñana lo hizo y sus herederos ideológicos lo siguen haciendo. Confieso que con el despeje de Cayetana Álvarez de Toledo, y el discurso de Casado en la moción de censura de VOX, me pareció entrever un cambio en la política opositora del PP. Fue una vana ilusión la mía. En su loca competición con los de Abascal, los populares parecen haber renunciado a ejercer como partido opositor con cultura de gobierno. Estos últimos meses hemos podido comprobar que Casado insiste en deslegitimar a Sánchez; intenta desacreditarlo acusándole de autoritario, amigo de terroristas, socialcomunista y unas cuantas lindezas más. Por si ello fuera poco, Díaz Ayuso colabora en la tarea alimentando disputas territoriales y conflictos identitarios. Así las cosas, en plena crisis sanitaria, el discurso de Casado y compañía deviene terriblemente tóxico e irresponsable. Esta por ver que grado de contundencia esta dispuesto a emplear Alejandro Fernández en la campaña electoral catalana. En más de un ocasión algunos editoriales de medios de comunicación conservadores se han atrevido, con escaso éxito, a sugerir al PP que se homologue con los populares europeos que negocian y pactan. Pero uno empieza a pensar que Casado, en lugar de emular a Angela Merkel, ha decidido dirigir la mirada hacia el este; lo suyo es la pasión húngara, la cerrazón, el veto y el golpe bajo. El peligro de la desafección acecha, el del desengaño crece y el del aburrimiento ronda por ahí. Más de dos terceras partes de los ciudadanos españoles consideran que el debate político ha empeorado, que es superficial o de escasa calidad. También nos dicen las encuestas que el hombre de la calle está irritado, que maldice la incapacidad de llegar a acuerdos instalada en el Congreso y en las cámaras autonómicas. Las palabras gruesas y la crispación han alimentado la polarización dentro y fuera del hemiciclo. Cuando el ochenta y tres por ciento de la población consultada -según un estudio de El País- piensa que el diálogo es inexistente, o nada constructivo, tenemos un serio problema. Cuando situaciones tan delicadas como las que crea la pandemia no son capaces de generar unidad de criterio político es que estamos tocando fondo. Urge reaccionar. Ni la pasión húngara que embarga a Casado, ni el ejemplo de los viejos ultras como Albiñana, sirven para retomar el vuelo que necesitan Cataluña y España. Una campaña electoral sui géneris esta a punto de comenzar; de cara al 14 F sugiero a los amantes de la bronca, la unilateralidad y la beligerancia extrema que estudien las características del llamado ‘Efecto Salvador Illa’. Quizás encuentren allí los beneficios políticos y sociales que dan el sosiego, la templanza y las buenas prácticas.