El blog d'en Joan Ferran

28.10.20

DE VERGÜENZA...

 

MESA, FILTRACIONES Y LÍOS

 En los folletos informativos que reparten a los visitantes del Parlament de Cataluña, también en los libros que se obsequian a los invitados vip, se explica el funcionamiento de la cámara catalana, sus potestades y la dinámica rutinaria de sus sesiones y comisiones. En esos textos se cataloga a la Mesa del Parlament como un órgano colegiado que gestiona y gobierna correctamente la institución; de su lectura se desprende que la característica que define su forma de actuar es la templanza y la discreción. Desgraciadamente esa visión idílica ya forma parte del pasado. Llámenme nostálgico si así lo prefieren, pero tras más de una década de ‘procés’ el parlamento catalán ha dejado de ser lo que era. La nota de corte para ser diputado, en el parque de la Ciudadela, se ha rebajado tanto que más de un oportunista se ha tomado el hemiciclo como un coto privado de caza, un campo de batalla donde pelear cuerpo a cuerpo y sin reglas por una quimera. La semana pasada el TSJC condenó a cuatro miembros de la Mesa del Parlament que ejercieron su cargo flanqueando a Carmen Forcadell. La cuestión se ha saldado con unos meses de inhabilitación especial y una multa a los implicados. No tengo nada que objetar al respecto. Respeto la decisión de los jueces. Estoy convencido de que han fallado sobre un acto de manifiesta desobediencia y no sobre el rol de la Mesa como órgano institucional. En cambio he de decirles que no me satisface lo más mínimo que el actual presidente de la cámara Roger Torrent -junto a otros miembros de la Mesa- en un alarde de corporativismo hayan agasajado y recibido como héroes a los condenados. Una vez más se ha instrumentalizado la institución de forma partidista siguiendo los cánones procesistas que suelen ir acompañados de resoluciones parlamentarias y, cómo no, de la fanfarria callejera que organizan Ómnium y la ANC. Pero ahí no acaba la cosa. La Mesa del Parlament se ha convertido en un cuadrilátero de pressing catch en el que los combates entre el vicepresidente Josep Costa y Roger Torrent, no exentos de violencia verbal, devienen un espectáculo lamentable que nada tiene que ver con la corrección parlamentaria. Por si ello fuera poco, el deterioro del funcionamiento se ha visto reforzado por la filtración, a determinados medios de comunicación, de actas sin aprobar que contienen acuerdos y debates internos sujetos a confidencialidad. Tanto es así que las discusiones acerca de la resolución sobre la Monarquía, el papel de los letrados resistiéndose a cometer ilegalidades, la insistencia de Torra para fulminar a Xavier Muro y otras incidencias más fueron filtradas subrepticiamente a la prensa. El vicepresidente Josep Costa, en su afán por dejar en evidencia a Roger Torrent y denigrar al diputado socialista David Pérez, ejerció de garganta profunda. La beligerancia de Costa, y el tono airado de las discusiones, es un flaco favor a la credibilidad de las instituciones. No es de recibo este modo de proceder que pone en la diana tanto a los adversarios políticos como a los socios de gobierno. Lo que ocurre en la Mesa clama al cielo, no sólo porque algunos de sus integrantes juegan al testimonialismo barato, sino porque revienta la confidencialidad, retuerce el reglamento y emponzoña con golpes bajos las relaciones interpersonales. El ciudadano tiene derecho a pensar que, más allá del espectáculo en que se han convertido los plenarios, hay alguien -supuestamente una Mesa colegiada de gente capaz, discreta y dialogante- que vela por la justeza de los procedimientos y la legalidad de las decisiones. Creo recordar que existe en la cámara catalana un reglamento y un código de conducta que exige no sólo confidencialidad sino también decoro a los diputados. ¡Aplíquese! La torpeza del vicepresidente Costa filtrando información -detectada por una marca de copia- la pelea política entre ERC y Junts por conseguir la hegemonía en el cosmos independentista, o la admisión a trámite de resoluciones sobre temas en los que la cámara no tiene competencias, convierten a la Mesa del Parlament en la Tabla Ovalada de los líos y las filtraciones. Todo es tan mediocre y decadente en los confines de galaxia procesista que urge pasar página e iniciar una nueva etapa política. Otro Parlament y otro Govern han de ser posibles.

UN GOVERN CON POCAS LUCES

 



Si hace unos años Artur Mas no hubiera presumido de haber confeccionado el Govern ‘dels Millors’ quizás hoy no estaríamos hablando del Govern de los mediocres. Si, de esos que dicen y se contradicen, de esos que se pelean entre ellos, que balbucean y dudan en exceso, que se explican mal y, para colmo de males, centrifugan hacia Madrid las consecuencias de su insolvencia. A un servidor de ustedes no le tranquiliza lo más mínimo una rueda de prensa del conseller de interior señor Miquel Sàmper. Me inquietan las comparecencias televisivas de Alba Vergés. A Pere Aragonés le reconozco tanta buena voluntad como debilidad argumental y falta de brío. El legado gubernamental que nos ha dejado Quim Torra no da la talla, seguramente porque él tampoco la daba. Es tan exagerada la obsesión del ejecutivo catalán por singularizarse que resulta cansino escuchar a cada instante, con reiteración, que el Govern es quien gestiona el estado de alarma. Oír quejarse a Miquel Sàmper de que las competencias de este toque de queda no contemplan la totalidad de las utilizadas con anterioridad por el gobierno central, suena a provinciano. Siguen instalados en la queja permanente de cara a fuera, y en la pelea por la hegemonía dentro de la galaxia secesionista. Todos sabemos que la Generalitat no se ha caracterizado, precisamente, por una excesiva coherencia en la aplicación de medidas a lo largo de estos últimos meses y ahora juega a ser el duro de la película. Obedeceré sin rechistar las recomendaciones de las autoridades competentes, pero ello no implica que me agraden las enfermizas pretensiones de singularización de un Govern con pocas luces, ni su modelo expositivo

19.10.20

GENTE POCO CLARA



 

OMERTÁ A LO ESQUERRA REPUBLICANA



 Si Ernest Maragall, Alfred Bosch y Bernat Solé -es decir, ERC- siguen negándose a dar explicaciones en el Parlament de Catalunya sobre cómo ha gestionado sus recursos la Conselleria d’Acció Exterior, tendrán serios problemas. Los tendrán, no sólo porque las actividades que pretendían llevar a cabo sean competencia estatal, si no porque sus consellers adoptaron la fea costumbre de hacerlo todo a hurtadillas, en falso. Alfred Bosch malgastó su credibilidad con un escabroso asunto que implicaba a uno de sus mas estrechos colaboradores. Cuentan que lo protegió de forma exagerada de un presunto acto de acoso sexual y eso les costó el cargo. Tampoco se libra de sospechas ese eterno inquilino de las administraciones que es Ernest Maragall, cuando se escaquea de acudir a la cámara catalana para dar explicaciones de su gestión gubernamental. El último en llegar, Bernat Solé, ex alcalde de Agramunt, haría bien en poner luz y taquígrafos a la labor de sus antecesores, si no quiere convertirse en cómplice de una omertá a la republicana. Seria un mal servicio al país ocultar la gestión poco clara de un tránsfuga político con pedigrí o la de un encubridor manifiesto. Los diputados de la oposición, la ciudadanía y los medios de comunicación, tienen derecho a conocer el contenido de los comunicados y las cartas que se cursaron desde los departamentos de la Generalitat a las embajadas de países extranjeros. También tienen derecho, por ejemplo, a saber cómo se ha gastado el dinero del Diplocat y cien cosas más que el govern se empeña en ocultar. Fíjense, no deja de ser un oximoron que la conselleria en cuestión también ostente el título de Relacions Institucionals i Transparència. Ni mantiene buenas relaciones institucionales, puesto que desatiende los requerimientos informativos que le cursa la Mesa del Parlament, y muchos menos ejerce la transparencia.

10.10.20

VOLVERAN SI HACEMOS LO QUE TOCA

 



LOS GUIRIS 


No soy comerciante, ni guía turístico, ni camarero o taxista, pero los añoro. Incluso he olvidado mis enfados cuando sus obstructivos paseos en grupo me impedían acudir raudo a citas y compromisos. De guiris los había de todo tipo, estética y condición. En nuestras calles los adinerados adictos al Paseo de Gracia convivían con el mochilero de La Rambla, las zapatillas deportivas con las sandalias de plástico, las camisetas de mercadillo con las de diseño. Pero ese paisaje, por desgracia, ya no se da. Todo se ha tornado más oscuro y gris. Se fue el color y se esfumaron los que pintarrajeaban la consigna ‘Tourist go home’. A la metrópoli de hoy le falta bullicio y le sobra abatimiento. Sí, se ha ido aquella algazara que llenaba terrazas conversando en cien idiomas, fotografiando incluso lo grotesco, irritando con su cháchara a los insomnes. Aquella fauna omnipresente venida de lejos propició que algunos apretaran las tuercas a las administraciones -con razón- exigiendo medidas de contención. Resultó fácil quejarse del deterioro ambiental y la insalubridad de las calles y barrios más frecuentados. Cierto, pero hoy añoramos a los guiris, deseamos que vuelvan con sus atuendos multicolores, su curiosidad y sus caprichos gastronómicos. Los necesitamos, no sólo por su aportación económica, sino porque su retorno será sinónimo de normalidad. Si cumplimos las normas volverán.

PARA COLAU...

 

UN URBANISMO SENSATO

 Para que nadie se lleve a engaño: Me gusta que mi ciudad esté bien dotada de zonas peatonales y carriles bici. Y que lo esté, cosa que no ocurre, tras cocer a fuego lento y condimentar los proyectos con los ciudadanos directamente afectados. Me desespera la improvisación, el parche, las frases grandilocuentes, el mesianismo verde, las pitonisas que vaticinan terribles enfermedades y el postureo. Amo mi metrópoli y me duele todo lo que pueda dañar su imagen. Me contraría ver algunas de sus calles pintarrajeadas sin gracia, repletas de fríos bloques de piedra y con hierbajos. Recientemente alguien dijo que el cambio que ha traído Ada Colau a Barcelona es superficial, que no tiene profundidad. Comparto ese análisis pero añadiría algo más, incluso lo superficial adolece de criterio definido y buen gusto. Se habla mucho, y se presume, del denominado urbanismo táctico y he intentado informarme al respecto. Un buen amigo, entendido en la materia, sostiene que ese tipo de urbanismo posee como rasgo básico su enraizamiento en la comunidad y que no suele ser un procedimiento para desarrollar actuaciones desde la administración. Las iniciativas impulsadas por Colau en Barcelona no han contado con la suficiente implicación de la ciudadanía y se desconoce con claridad el objetivo que persiguen. Me atrevería incluso afirmar que han provocado el efecto contrario al anunciado y deseado. Uno se pregunta, por ejemplo, si los índices de contaminación por efecto del tráfico rodado en la calle Consejo de Ciento, han mejorado o no. El único carril existente provoca largas retenciones de vehículos en horas punta con sus consiguientes emisiones y una contaminación acústica añadida. Los conductores bloqueados se desahogan haciendo sonar el claxon, ergo, más humo y ruido. Les pido disculpas, un servidor de ustedes no es un experto en temas de ordenación urbana ni movilidad pero si un defensor del urbanismo sensato.

PARA QUE ALGUNOS TOMEN NOTA

 


EL GUTI, COMO EJEMPLO 

 La historia ha sido siempre un terreno abonado para la controversia política. Tanto es así que en este país parece haberse puesto de moda mirar hacia atrás con ira. Desde la tribuna del Congreso se puede llamar a un adversario -aludiendo a su árbol genealógico- terrorista, o fascista, e irse de rositas. Se está instalando en algunas administraciones un macartismo a la española capaz de reescribir el nomenclátor de las ciudades o pulverizar las estatuas de los próceres del país. Sirva, como muestra de ello, lo que acontece alrededor de la figura de Indalecio Prieto. Nos invade un revisionismo histórico perverso que nada tiene que ver con un estudio crítico del pasado. En medio de una atmósfera política que rezuma intolerancia, se agradece la publicación de biografías de personas que, en los momentos difíciles, apostaron por el diálogo y la reconciliación. Salió a la venta el libro ‘El Guti, “L’optimisme de la voluntat” de Txema Castiella. Su aparición en el actual momento histórico me parece necesaria y oportuna. Necesaria para recuperar el rol jugado en la Transición por gentes de ideologías contrapuestas, pero sensatas. Oportuna para responder, desde la solvencia intelectual, a todos aquellos que juegan a reinterpretar torticeramente el pasado. En situaciones delicadas, la presente lo es, conviene rememorar a personajes como el Guti. Fue un ejemplo de esa ética de la responsabilidad de la que hablaba Max Weber y que tanto escasea.

LOS EMBOSCADOS EXISTEN

                                                                                   

 LAS OTRAS ‘QUINTA COLUMNA’ 

 Cuando el general Mola -otros dicen que Varela- usó en 1936 la expresión ‘Quinta Columna’, para referirse a los simpatizantes del golpe de estado que actuaban clandestinamente en Madrid, no podía llegar a imaginar cómo llegaría a popularizarse aquella expresión. En este país somos especialistas en acuñar nuevos términos, en obviar quién es el enemigo principal y olvidar en qué dirección hay que remar. Lo olvidamos, por ejemplo, dramáticamente en Mayo de 1937, lo reeditamos en las plataformas previas a la Transición, lo presenciamos en la famosa ‘pinza’ de Anguita-Aznar, y se rubricó con el ‘Tamayazo’ en la Asamblea de Madrid. Se puede ejercer de quintacolumnista consciente o inconscientemente. Allá cada cual con sus principios. Quiero pensar que la salida en tromba de Pablo Iglesias, Garzón y Asens, interpretando la llamada telefónica de Felipe VI a Lesmes, no tenga nada que ver con el desasosiego que les embarga tras conocer los últimos sondeos electorales. Interpretar a la carta la ausencia del Rey en Barcelona, o un telefonazo de cortesía, calificándolo todo como una intromisión en una decisión política de gobierno me parece simplista y poco edificante. Acusar al monarca de parcialidad y levantar un banderín de enganche para clientela insatisfecha es hoy en día un despropósito. Oír al portavoz del grupo parlamentario de Unidas Podemos, Jaume Asens, decir que sería ‘fantástico que el Rey no vuelva más a Cataluña’ obliga a pensar que Sánchez tiene el enemigo en casa, que sus socios tienen atrofiado el instinto institucional. Suscribo la opinión del ex diputado europeo, Ignasi Guardans, cuando afirma: “una parte del gobierno quiere cargarse la Monarquía porque le conviene y están dispuestos a montar lo que sea, incluso la mentira, para encabronar a la sociedad en esa dirección. Lo dicho, de Quinta Columnas como de meigas, haberlas haylas.