El blog d'en Joan Ferran

19.10.22

LA CUCARACHA VA A TOPE

 

                                                           MARIHUANA 
 Sin las herramientas adecuadas se puede hacer un trabajo correcto y aceptable, sin duda, pero rara vez se logra la excelencia. Y ‘excelencia’ es una palabra que con demasiada frecuencia está en boca de nuestros políticos para vendernos la bondad de su gestión. El presidente Jordi Pujol solía utilizarla cuando quería poner en valor la acción de su gobierno, en la actualidad el término parece  estar en desuso. Si ustedes repasan las noticias de los últimos meses, podrán comprobar la exitosa labor de los cuerpos de seguridad decomisando alijos de droga y localizando plantaciones de marihuana. Pues bien, llegan avisos de que el eficiente trabajo del cuerpo de los Mossos d’Esquadra corre el peligro de morir de éxito. La falta de recursos y condiciones de almacenamiento ha devenido un obstáculo para lograr la tan ansiada excelencia. Dicen los expertos que Cataluña se ha convertido en uno de los mayores productores de hierba de Europa. Son tantas las toneladas de marihuana decomisadas, tantos los restos vegetales acumulados y tantas las plantaciones a desmantelar, que la gestión de lo aprehendido genera problemas en la actividad cotidiana de la policía. ¿Soluciones? Las hay: O los jueces autorizan la destrucción y quema de lo incautado, o la Conselleria de Interior pone en funcionamiento un silo gigante y protegido para custodiar lo confiscado. Los mossos desean seguir cosechando éxitos, pero no morir de él. A la cucaracha de la canción ya no le falta marihuana para caminar. ¡Le sobra!

ME QUEDO EN LA CAMA IGUAL

 




SOBRE LAS FIESTAS NACIONALES






 No lo interpreten como un intento de laminar la libertad de expresión. Nada de eso. Pero viendo el tono agresivo de las cosas que ocurren en nuestro país, creo que toca reflexionar. Conviene hacerlo con urgencia sobre los grandes temas económicos, jurídicos y sociales; cierto, pero también acerca de los eventos, liturgias y simbolismos varios que nos conciernen como ciudadanos. Asuntos estos últimos considerados como menores, pero importantes para garantizar la convivencia. Hace apenas una semana el presidente Pedro Sánchez fue abucheado por un sector del público cercano a la tribuna de autoridades, dispuesta para presenciar el desfile de las Fuerzas Armadas del 12 O. El pasado mes de septiembre, con motivo de la celebración de la Diada, Pere Aragonès y su séquito fueron recibidos con insultos y descalificaciones. Los que vociferan e increpan a políticos están ejerciendo uno de nuestros derechos reconocidos democráticamente; de acuerdo, pero instituciones, partidos y gentes sensatas deben saber deslindar lo que es solemne, de lo que es la brega política de todos los días. Lo que de forma recurrente sucede todos los 12 O y los 11 S no es de recibo mande quien mande. Tanto una jornada como la otra tienen, al menos en teoría, un carácter festivo que no debería perderse ni malbaratarse. Los movimientos sociales, sindicatos, partidos y ciudadanía en general poseen foros suficientes para hacer oir su voz y canalizar sin límites enfados o protestas. Cuando en 1892 la reina regente María Cristina de Habsburgo, a propuesta de Antonio Cánovas del Castillo, mediante decreto declaró fiesta nacional el 12 de octubre, lo hizo para rememorar el descubrimiento de América. Ignoraba, como es obvio, que esa jornada se iba a convertir en el Dia de la Raza y que, posteriormente, de la mano de Zacarías de Vizcarra y Ramiro de Maeztu sería llamada de La Hispanidad. Fue en 1987 que se estableció como día de la Fiesta Nacional de España archivando anteriores consideraciones. No obstante, creo que ha llegado el momento de repensar los contenidos, el formato y los rituales de las ‘Fiestas Nacionales’. Y no solo para que dejen de ser una pasarela de políticos sometidos al insulto y el escarnio, sino también para reflexionar sobre la apropiación indebida de banderas, símbolos e himnos. Ni la españolidad, ni la catalanidad es patrimonio de unos pocos escogidos. Cada uno la vive, la siente y la celebra a su manera. El vicio de estigmatizar a los adversarios, achacándoles escaso fervor patriótico, lo practican a granel tanto los independentistas más irredentos como la derecha española más montaraz. Se da incluso el caso de que algunos que van de liberales (pienso en Carlos Carrizosa) en lugar de solucionar sus cuitas se entretienen en investigar quien acude, o no, a una manifestación. La ministra de Defensa Carme Chacón planteó en su época la necesidad de repensar los rituales del 12 O. El president Pasqual Maragall intentó lo mismo con la Diada tras contemplar con estupor, un 11 S, como un grupo de descerebrados amenazaba de muerte a militantes del PP. Pero el tema de fondo sigue siendo la apropiación en exclusiva que pretenden algunos de algo -etéreo si se quiere- que pertenece a todos. Si los sentimientos, los símbolos y banderas pasan a constituir patrimonio de parte, tenemos un problema serio en Cataluña y España. En ese caso que a nadie le extrañe oir a más de un hastiado tararear ‘La mala reputación’ de Georges Brassens, en versión de Paco Ibáñez, la que dice: “Cuando la fiesta nacional yo me quedo en la cama igual”

JUNQUERAS ES LA BORRÀS DE ERC

 

ANÍBAL JUNQUERAS 



 Lo confieso, me inquieta la oratoria sacra que emplea Oriol Junqueras para intentar dejar a los socialistas catalanes fuera de juego. Predica, siempre que puede, desde un púlpito abarrotado en el que no faltan personajes heridos por la historia y el paso de los años. Lo hace mirando a la gradería, esbozando una sonrisa burlona, agitando los brazos, moviendo verticalmente las palmas de las manos. Me inquieta porque el país no está para bromas, venganzas y ajustes de cuentas. Conviene que los políticos catalanes reflexionen acerca de lo que implica la fuga de Junts del Govern, y que lo hagan pensando en un horizonte colectivo situado más allá de la fría aritmética parlamentaria. Procede sumar y no trazar lineas rojas, toca buscar puntos de acuerdo mínimos y no diferencias. Me molestan esas lineas rojas que dibuja el presidente de ERC porque son similares a las que, con idéntica intención, utiliza la derecha española en el Congreso de los Diputados respecto a nacionalistas e independentistas. Cuando Junqueras pide con vehemencia ‘ayuda’ a los agentes sociales, económicos o culturales para afrontar los retos de la sociedad catalana, obvia que son precisamente esos agentes los que reclaman diálogo sin vetos. La actitud del republicano no facilita la tarea de un Pere Aragonès que necesita dar estabilidad al Govern, mostrarse ante la ciudadanía como un gobernante que se preocupa por la gestión de lo cotidiano y acallar la lírica destructiva de Laura Borràs. Me inquieta el discurso afectado de Oriol Junqueras porque veo en él la reencarnación, en pleno siglo XXI, de la leyenda de Aníbal Barca. Sí, de aquel niño de nueve años que llevado por su padre al templo de Baal, ante la estatua de Moloch, juró solemnemente ‘odio eterno a los romanos’. En el caso del dirigente republicano ese odio jurado tendría como destinatario -quiero suponer- ese socialismo catalán que aplaudió su encarcelamiento pero no su indulto. Puro personalismo el suyo, poco recomendable para políticos que aspiran a ser transversales. Algunos creen que, más allá de la lógica competencia política entre partidos, en Junqueras anida rencor personal. Un sentimiento generado tras su desalojo de la alcaldía de Sant Vicenç dels Horts y que aflora sin rubor siempre que el auditorio lo permite. Si bien es cierto que la empatía entre líderes facilita las cosas, no lo es menos que los apriorismos viscerales las dificultan. Pere Aragonès necesita oxígeno y de su habilidad como negociador depende el futuro de la legislatura. Ante sí no tiene ni la hostilidad de una Jéssica Albiach con hambre de gobierno, ni el veto de los socialistas de Salvador Illa. Ambas formaciones de izquierdas han interiorizado que el momento histórico en el que les toca actuar precisa salidas y estabilidad, acuerdos y no parálisis gubernamental. Incluso Pedro Sánchez se ha manifestado en el mismo sentido que la izquierda catalana. La cercanía de las elecciones municipales complica los temas; cierto, pero seguramente de la actitud de los actores políticos dependerá la participación ciudadana y el resultado de los comicios. Que Oriol Junqueras, como entretenimiento y relax, juegue a hostigar a sus adversarios políticos no ha de impedir que el president de la Generalitat asuma su responsabilidad institucional como es debido. Pere Aragonès mostró firmeza ante Junts, ahora toca finezza con el resto. Puestos a pedir, como sugerencia y aprovechando la formación de un nuevo ejecutivo, quizás sería oportuno abrir el diálogo del Govern con todos los grupos parlamentarios catalanes, intercambiar opiniones, pactar unas reglas del juego educadas y ‘arreglar’ la presidencia del Parlament. Si el president de la Generalitat ha descolgado el teléfono para llamar a Quim Nadal, Campuzano y Ubasart nada le impide hablar con todos los demás sin apriorismos. ¿Es demasiado pedir?