MEMORIA
A Francisco de Quevedo se le atribuye uno de los más famosos calambures de la historia. Osó llamar coja a la reina Isabel de Borbón recitando en su presencia estos célebres versos: ‘Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja’. La cita viene a cuento porque a partir de mañana, si el tiempo lo permite, vamos a vivir rodeados de rosas hermosas y exultantes claveles; eso sí, sin la obligación de optar entre ellas. Sant Jordi quiere volver a nuestras vidas llenando las calles de gente, flores y libros. Hay en la ciudadanía un deseo irrefrenable de ocupar el espacio público, de pasear sin impedimentos, de respirar sin tapabocas. La primavera se viste de luz y colores, como en las canciones de Joan Baez y Nana Mouskouri. Y la Feria de Abril de Cataluña también vuelve al recinto del Forum con sus ofertas de ocio, gastronomía, música y baile. Su reino es el del clavel reventón, las sevillanas y la mezcla de culturas. Cuando las luces del Real se iluminen comenzaran los eventos, las autoridades leerán sus parlamentos y las palmas ya no nos abandonarán. El fino, el queso, el jamón y los ‘pescaitos’ harán las delicias del paladar. Antes nos llevaremos a casa, tradición obliga, un pedacito de buena literatura impresa en papel. Puede que incluso hayamos homenajeado a los Jordi conocidos y regalado una flor a la persona amada, o deseada. Rosas, claveles y libros para un final de mes de abril que parece querer ayudarnos a exorcizar penas y olvidar confinamientos.
GOOD BYE, COLILLAS
El tema va en serio. Este verano no se permitirá fumar en las playas del litoral barcelonés. Los médicos aplauden la iniciativa, los que no fumamos, también. Incluso me atrevería a decir que hasta los fumadores más empedernidos se tomarán la medida como un estímulo para intentar abandonar el tabaquismo. Se acabaron las colillas camufladas bajo la arena y los ceniceros improvisados en latas de refrescos. Las administraciones tienen la obligación de velar por la salud de las personas y el medio ambiente. Nada que objetar al respecto. Pero este confinamiento del cigarrillo al ámbito de la privacidad no está exento de una cierta nostalgia, de un cambio de actitudes. Lo que hasta hace unos años era un elemento complementario, ornamental si se quiere en algunos personajes, ya no lo será. Olvídense de los pitillos incandescentes en labios de Humpbrey Bogart; archiven en la memoria la boquilla de Audrey Hepburn; interioricen que el cigarrillo de James Dean, sinónimo de rebeldía, ha dejado de serlo. Olviden el sensual y sugerente ‘Fumando espero’ que nos cantaba Sara Montiel sorteando la censura. Pasó el tiempo de la pose y llegó el del culto a la salud del cuerpo. Eso sí, para esas nuevas generaciones que aman y recuperan vinilos siempre quedara la foto de Jacques Brel, sentado en la mesa de un bar ante una jarra de cerveza y una cajetilla de tabaco. Lleva un cigarrillo en la mano, con la mirada suplica: ‘Ne me quitte pas’. Sí, llegó el momento del: good bye colillas.
EL TERRARIO DE PUIGDEMONTLlega a mis manos el último comunicado del autoproclamado Consell de la República. Lo leo y no acierto a comprender cómo personas presuntamente inteligentes, y con una cierta cultura política, lo suscriben y se dejan fotografiar sonrientes flanqueando a Carles Puigdemont. Que lo hagan Toni Comín, Aurora Madaula o Antoni Castellà tiene una cierta explicación pecuniaria, otros, que se sepa, no tanto. Uno tiene la sensación de que en el microcosmos de Waterloo se vive de espaldas a los cambios que acontecen tanto en España como en el mundo. Para los habituales del chalet todo sigue igual, aunque Pablo Casado haya dejado paso a Feijóo en la presidencia del PP, a pesar de que en la política francesa pueda saltar la sorpresa, de que Zelenski hable del Guernica o que Marruecos vuelva a ser un buen vecino. Para los que moran en el chalet todo es secundario excepto lo suyo. Ademas, hay consigna: lo que acontece en la guerra de Ucrania mejor no abordarlo. Tras el putinesco resbalón de los Alay and company se impone hacer mutis por el foro. Es mejor vegetar en el limbo de los mantenidos a la espera de que los electores fieles sigan depositando religiosamente su voto en la urna. Así las cosas, a los de Junts les importa poco que en el parlamento europeo les miren de reojo. Aducen que si le cierran el micrófono a Toni Comín o a la belicista Clara Ponsatí, es porque en Bruselas hay una mano negra que mueve los hilos para fastidiarlos. Releo la declaración política del Consell de la República y llego a la conclusión de que los Waterloo quieren condenar a sus seguidores a vivir entre las paredes de un terrario. Sí, en un espacio cerrado y acristalado en el que sea factible recrear y reproducir, de manera tan artificial como sentimental, las condiciones de un momento emocional específico, de un momento que, en su día, algunos identificaron como un viaje colectivo a Itaca. En este terrario político que ha dispuesto la camarilla de Puigdemont se critica, sin rubor, a los partidos (por supuesto, y sobre todo, a los independentistas) por su incapacidad para definir estrategias en pos de la autodeterminación; se propone retornar a los tiempos del 1-O y a pasar de la resistencia a la confrontación; se sataniza la mesa de diálogo con el gobierno español y se prodigan los zasca contra Aragonès y ERC. En conclusión: una vuelta a la Edad de Bronce del procés. Nos quieren meter de nuevo en el túnel del tiempo para repetir errores y horrores. La vida de un hombre acostumbrado al verso libre puede devenir muy complicada si se le pretende confinar en un terrario. Quizás por ello el secretario general de Junts, Jordi Sánchez, da un paso al lado y abandona el cargo. Lo hace sin excesiva estridencia, no sin antes sugerir que el universo independentista debe consensuar un mínimo común denominador. Sostiene Jordi Sánchez que, para poder plantear con solvencia tesis ante el estado, es imprescindible una unidad de criterio que hoy no existe. Se va reclamando un espíritu de grupo por encima de los múltiples y variados proyectos personales que cohabitan en Junts. Pero por mucho que Laura Borràs, Jordi Turull, Albert Batet y tutti quanti se empeñen en introducir a los catalanes en la lógica del terrario político pergeñado en Waterloo, hay liderazgos que se desvanecen y movimientos que tienden a contradecirse y diluirse. Corren tiempos líquidos.