Manel Manchón
Un tono melancólico, con la convicción de que muchas cosas se podían haber organizado mejor, porque había personas con ideas, con principios, que habían soñado algo menos prosaico, más humano.
Sí, las mejoras están a la vista. El propio urbanismo en la ciudad de Barcelona. O las condiciones materiales para el conjunto de la sociedad. Pero el presente no augura un buen futuro. Lo sabe Joan Ferran, un político siempre combativo, que tuvo altas responsabilidades, en el PSC, en el partido, y en las instituciones y que, en los últimos años, ya desde la barrera, ha ido publicando historias sencillas, pero densas, en las que concentra todo lo que sigue defendiendo.
Lo hace, de nuevo, en su último trabajo: Las tribulaciones de un gacetillero, entre la vanidad y el adanismo (Círculo Rojo). Como en ese enorme himno que fue y sigue siendo Love will tear us apart de Joy Division, el breve relato de Ferran destila una triste y bella emoción, pero hay nervio y fuerza.
La música está presente en esas noches plácidas, en una población costera, donde el protagonista ha decidido retirarse, porque ya no tolera el ruido insoportable de Barcelona. A Manuel, el gacetillero que busca historias con las que pueda resurgir, las que consigan alimentarle el ego, le gusta Simon&Garfunkel. Claro, The sound of silence. Y también Jacques Brel, y aquella maravillosa Ne me quite pas
Sí, Manuel está fuera de circulación. Porque los tiempos ya son otros. ¿Quién dijo que existía una línea ascendente a lo largo de la Historia? ¿Que la mejora sería continua? ¿Quién habla hoy de materialismo histórico?
Ferran conoce bien esa historia, la de grupúsculos enfrentados, la de los matices quisquillosos. La de quien cree que tiene la verdad. Manuel, el periodista amortizado, la criatura de Ferran, quiere creer en el empuje del periodismo, pero se da cuenta de que las dificultades son casi insalvables.
Y, ante dos historias posibles, se inclina por adornar un hecho histórico, indagando en hemerotecas. Prefiere escribir sobre un obrero torturado –con todos los datos comprobados, con el repaso de artículos de El Diluvio (1858-1939), o de La Vanguardia o de la Publicidad (1878-1922). Lo que desea es encumbrar al obrero, --el caso real de Francisco Oliva (Belliriquis) recuperar valores socialistas, dejar claro que fue víctima de la represión y del oscurantismo de la época, en 1899.
Asoma la frustración
Sin embargo, hay datos que obstaculizarán la labor de Manuel. Hechos que ‘falsarán’ –siempre hay que recurrir a Popper, aunque se lo podrá tildar de reformista y eso en los ambientes revolucionarios nunca fue bien visto— la interpretación que ya había establecido el periodista.
Mala suerte. No podrá tener un titular sensacional. La historia se cae. Llega la frustración.
Pero en Manuel hay un Joan Ferran que aparece. Que sigue con deseos de animar la fiesta. Que no se resigna, aunque ya las fuerzas no sean las mismas. Y esa frustración del gacetillero es también la del independentista que creía que todo estaba muy cerca.
Es la frustración del historiador que ha forzado las cosas, de los que han inventado una academia particular para engañar. Es la frustración de los que quisieron utilizar los medios de comunicación públicos de la Generalitat para presentar una nueva realidad que nunca existió.
El colmillo de Joan Ferran asoma. Limado, sí, porque a estas alturas es mejor no molestar demasiado. Pero está presente. Aparece TV3, una de las grandes asignaturas pendientes para el ex diputado. Él mismo estuvo implicado para que fuera ‘otra cosa’. Pero no fue.
Mensaje directo, político
Lo explica Manuel, enojado porque los medios públicos no ejercen su función de servicio y se convierten en “vocero del pensamiento dominante o del gobierno de turno”.
Y surge el procés, claro. “Se instó a la ciudadanía a salir a la calle y manifestarse. La manipulación corrió a cargo de profesionales de reconocido prestigio integrantes, e intrigantes, del star-system de TV3. El incomparable Federico Fellini ya nos dejó dicho que la televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural”.
De fondo, pongan la música que deseen. Yo sigo escuchando a Ian Curtis.
Ferran utiliza el presente, el verbo en el que se escriben los buenos reportajes. Manuel reflexiona, habla con los vecinos del pueblo en el centro social, que no puede ser otro que el Bar de la pequeña localidad. El mar calma los ánimos. La descripción de un entorno físico amable, que se idealiza para olvidar la guerra diaria que se vive en una gran ciudad, facilita la lectura.
El escritor encuentra el tono. Y sabe lo que desea trasladar. A veces, eso sí, sin disimulo. ¿Algo forzado? El lector lo dirá. Es literatura, pero hay un mensaje directo, político, si todavía existe un respeto a ese concepto: todo lo que está relacionado con lo público, con la vida en una comunidad. ¿Quién quiere permanecer ajeno a eso? ¿Los idiotas, tal y como los señalaban los antiguos griegos?
El narrador explica cómo se siente Manuel, y presenta el terreno una y otra vez. Se acuerda de los historiadores o profesionales de otros sectores que han querido ser políticos de obediencia nacionalista, los que han querido reducir el terreno de juego.
Y quedan retratados algunos de ellos: Julià de Jòdar, Jaume Sobrequés, Agustí Colomines o Ferran Mascarell. No se olvidan otros, como Santi Vila, Oriol Junqueras, Francesc Marc Álvaro o Quim Nadal. Tampoco Pilar Rahola, claro. Ni los integrantes del INH, el Institut de Nova Història, que hace pasar por catalanes a insignes personajes de la Historia.
La verdad existe
Las reflexiones abundan. El lector avanza. El ritmo es bueno, de la historia personal de Manuel, que apunta a una segunda historia sobre el pasado nazi de algunas familias instaladas en Catalunya durante años, al comentario sobre el país.
Manuel piensa en todo lo sucedido en las últimas décadas. Él ya no da mucho de sí. Pero golpea. Reprocha al populismo que ha pecado de “adanista”, de pensar que todo iba a pasar por ellos, esa izquierda alternativa que, como el independentismo, se ha quedado vacía, frustrada, noqueada.
Hay, en todo caso, esperanza. El gacetillero debe subsistir, debe poder contar la verdad. Debe perseguirla, por encima de todo.
Porque no es cierto que haya distintas verdades, o hechos alternativos, como señalan los trampistas. La verdad existe. Hay que buscarla. Aunque la precariedad sea grande.