SOBRE EL CONGRESO DEL PSC
Últimamente los congresos de los partidos tienen un punto magnético. Conquistan la atención de politólogos, militantes, adversarios políticos, periodistas y plumillas a la caza de noticias con morbo y titular fácil. Para algunos lo importante no es lo que se dice sino lo que se cuece, las estadísticas y los nombres de los agraciados -o condenados- a ocupar los órganos de dirección de los partidos y poca cosa más. Las cuestiones de fondo no venden, el reduccionismo está de moda.
El próximo fin de semana el PSC celebrara su XIII congreso. Tras unos meses en los que el proceso de primarias y la envestidura han ocupado la atención mediática, le llega el turno al cónclave socialista catalán. Los fabricantes de titulares hurgarán con ahínco en vías canadienses, protocolos de relación con el PSOE y alianzas futuras. No pasa nada, es natural que sea así y así seguirá, desgraciadamente, porque la política espectáculo está a la orden del día. Pero todo ello no es óbice para que los congresistas hagan lo que tienen que hacer: debatir abiertamente para servir mejor a la sociedad.
Tras la elección de Miquel Iceta como primer secretario del PSC, despejada la incógnita del liderazgo del partido, todo parece indicar que los socialistas catalanes podrán polemizar sosegadamente a partir de una ponencia marco ‘vintage’ escrita en tiempos convulsos. Nada que objetar al respecto, es lo que hay. Serán los delegados, en última instancia, los que decidirán libremente el contenido de las resoluciones y el mensaje que quieran mandar a la ciudadanía.
Permítanme no obstante, y con respeto, un par de consideraciones más allá de la letra menuda de las ponencias. Siempre he creído que el socialismo catalán ha pecado, en exceso, de mimetismo respecto a otras ideologías y formaciones políticas del país. Ha vivido durante demasiado tiempo acomplejado, temeroso de no ser aceptado, preocupado por el qué dirán e incapaz de descararse. Y lo ha hecho, a veces, por partida doble tanto sobre el eje nacional como sobre el social. Pues bien, quizás le ha llegado la hora de pasar a la ofensiva y defender, sin complejos, su catalanismo federalista popular y social en contraposición a las propuestas independentistas. Debe hacerlo sin necesidad de hacerse perdonar nada. La formación política que más -insisto, más- ha trabajado por la unidad civil de la ciudadanía de Cataluña ha sido el PSC. Debe seguir siéndolo. Su propuesta federalista es hoy, ante la nueva situación política, razonable, factible y de una vigencia indiscutible.
La otra deriva inercial que considero debe reconducirse es la del anuncio de un hipotético giro a la izquierda. El PSC ya es tan de izquierdas, catalanista y federalista como el más pintado. No precisa bañarse cada día en agua bendita para limpiar el estigma de un pecado original que no tiene. Debe, tan solo, ejercer lo que es. Amigos, el secreto no está en la verbalización sino en la práctica política cotidiana. De nada sirven las declaraciones altisonantes, o las soflamas congresuales, si el trabajo cotidiano se realiza en base a la simple administración de las cosas y al pragmatismo sin ideología. No se trata tanto publicitar un giro sino, más bien, ‘ser’ y recuperar lo que se es.
Si Miquel Iceta es capaz de conjugar, en la confección de la Ejecutiva, experiencia, juventud, ideología y capacidad de gestión la cosa puede funcionar. Si, además, logra que la personalidad y el discurso del PSC se perfilen con nitidez hay socialismo catalán para rato. Y más, tras el No del PSC a la investidura de Mariano Rajoy.