Manuel Castells, en el libro "La transformación del trabajo", editado por la revista La Factoría, decía en el año 1999 que "en el fondo, el sueño del capitalismo informacional es trabajar con tecnología del siglo XXI y mano de obra del siglo XIX. Pero la movilización de la sociedad puede cambiar el proceso e imponer la prioridad de los valores humanos sobre los valores estrictamente económicos".
Esta vez los hechos le han dado la razón: la Directiva del Horror ha sido derrumbada hoy miércoles, 17 de diciembre de 2008.
El Parlamento Europeo ha rechazado ampliar la jornada semanal de trabajo a 65 horas, tal como proponían la mayoría de los ministros de trabajo de la Unión. Los eurodiputados han dado su apoyo a las veintidós enmiendas en contra presentadas por el parlamentario español Alejandro Cercas, lo cual, de hecho, paraliza la llamada Directiva del Horror y obliga a los Gobiernos de los 27 a volver a negociarla. La norma preveía eliminar el límite máximo de jornada laboral semanal, fijado en 48 horas, y dar libertad para que empresario y trabajador acordaran individualmente el tiempo de trabajo, con un máximo de 60 ó 65 horas, según los casos: un retroceso en los derechos de los trabajadores. Ahora, se abre un nuevo periodo de negociación de 90 días (denominado "de conciliación") entre el Parlamento y el Consejo al cabo del cual, si no hay acuerdo, decae el texto.
Lo que se nos planteaba era volver a un sistema de relaciones laborales del siglo XIX, cuando el Derecho del Trabajo era una ilusión. Hoy, el sindicato es la única organización social con capacidad legislativa: cuando un acuerdo, sea de empresa, regional o nacional entre sindicatos y empresarios, se firma, adquiere rango de ley, y a partir de ahí, y de las otras normas existentes, se desarrolla la jurisprudencia y el Derecho del Trabajo. La pretensión de que la jornada pueda alargarse hasta 65 horas, mediante un acuerdo individual entre cada trabajador y el empresario, hace que desaparezca un derecho colectivo y la capacidad contractual de las organizaciones patronales y sindicales, al respecto: la vuelta a la selva, a la relación individual en vez de colectiva.
La desregularización de la jornada tendría como primera consecuencia, la desregularización del salario. La resultante es clara: en las grandes empresas y en la administración, donde el sindicalismo es fuerte, podría pararse la embestida, pero en la pequeña empresa, y gran parte de la mediana, el trabajador no tendría más remedio que aceptar alargar la jornada para mejorar su salario a un precio inferior al de la hora extra. Es recomendable leer, al respecto, los artículos del profesor Francisco José Trillo, "
65 horas: ¿Hacia dónde camina Europa?"; y del veterano sindicalista José Luis López Bulla, "
65 horas: La Directiva del Horror").
Antes de la votación, nadie se atrevía a prever un resultado, dados los cruces de opiniones entre: los grupos parlamentarios, los eurodiputados tomados individualmente y los parlamentarios de cada país. Para lograr el bloqueo de la directiva, era necesario que alguna de las enmiendas lograra la mayoría absoluta, 393 votos. Finalmente, los eurodiputados han votado en masa contra sus Gobiernos y contra la directiva, logrando varias enmiendas mayorías superiores a los 500 votos; la decisiva, se aprobó por 421 votos a favor, 273 en contra y 11 abstenciones. Ello significa que, además de socialistas y verdes, han sido apoyadas por otros muchos eurodiputados, incluidos los del Partido Popular Europeo, que a priori apoyaba el texto; por ejemplo, los "populares" de Portugal, España, Francia (UMP), Italia y Grecia (la Europa mediterránea) han votado en bloque a favor de las enmiendas contra la Directiva del Horror, también un tercio de los del Grupo Liberal. El pensamiento socialcristiano no ha sucumbido ante el neoliberalismo.
Ya tocaba que los europeístas recibiéramos un poco de oxígeno: estábamos al borde del euroescepticismo.