¿MARCA CATALUÑA?
Hace más de un lustro, en los inicios del folletín del procés, muchos de sus activistas y cuadros políticos jugaban a ridiculizar y denigrar la Marca España. Sí, aquella política de estado que tenía por objetivo mejorar la imagen del país en el extranjero y entre los propios españoles. Para los propagandistas del secesionismo, España era sinónimo de ineficiencia, cutrerío, folclore barato y mucha caspa. Ha pasado un cierto tiempo de ello, y si bien es verdad que este país aún adolece de múltiples problemas, no es menos verdad que se aprecian repuntes económicos esperanzadores. La cuestión radica ahora en cómo distribuir equitativamente la riqueza creada en beneficio de los más débiles. Ya hablaremos de ese tema otro día y de forma extensa.
Desde que Artur Mas se hizo a la mar, sin brújula ni cantimplora, e inicio la búsqueda de Ítaca el secesionismo ha perdido en ruta marineros, grumetes, radiotelegrafistas y hombres de la sala de maquinas. Las bajas ya son cuantiosas y, a pesar de su reposición por otros elementos, convendrán conmigo que la calidad y solvencia de los recién fichados no es para destacar. La estela dibujada por el navío independentista sobre las aguas es más turbia que bella, lejos de ser blanca rezuma alquitrán, mancha. Pero lo peor de todo ello, ya que hablamos de marcas, es que ha situado el nombre de Cataluña al nivel del banananismo más histriónico y decadente. A cualquier observador imparcial le cuesta entender que, en un estado de derecho como es sin dudas el español, un ex presidente de la Generalitat opte por huir, cual vulgar delincuente, en lugar de echarle épica al asunto y afrontar responsabilidades. A cualquier persona, mínimamente informada, le ha de parecer pintoresca la idea de crear un Comité de la República en el exilio en el seno de la monarquía belga, y bajo la tutela de un partido flamenco muy de derechas. Es más, si para ello fabrican una corte -llamada ‘La del Mejillón- y alquilan un palacete, nada menos que en Waterloo, la ópera bufa ya está montada. Si el que reclama legitimidad para sí, invierte tiempo y energías en denigrar a Europa y al estado español acusándolo de autoritario, recurriendo a fullerías y trampas para perpetuarse en el poder, pierde toda credibilidad. Cualquier analista político que se precie toma nota que en menos de cinco años han saltado por los aires los principales partidos políticos del país hasta desaparecer, o reencarnarse, en una plataforma cesarista sin programa ni ideología más allá del culto a la personalidad. En un lustro han ido a la papelera de la historia presidentes, consellers y diputados que habían ejercido con normalidad su función. Nunca antes cuatro radicales anti sistema habían sido tan eficaces en conducirnos a la nada. Cataluña se ha convertido en el país del paso al lado, de los ex jueces bocazas, del ‘yo no he sido’, las dimisiones por motivos personales y la presentación de libros auto exculpatorios a lo Santi Vila.
¿Es esto la ‘Marca Cataluña’ que estamos dispuestos a tragar? O quizás es más divertido que se nos conozca por nuestro genuino sistema de selección de cargos institucionales basado en la talla del sujetador o las dimensiones del eslip. O por ventura es mejor ‘Marca Cataluña’ una radio y televisión pública más oficialista y sectaria que la antigua Pravda’ repleta de tertulianas vocingleras más papistas que el Papa. Y qué me dicen ustedes de esa policía ‘de país’ que controla la intimidad y el ir y venir de los ciudadanos.
Basté, Mas y otros reconocen que todo fue un error, una exageración y… ¡Un engaño! Hoy la marca del país se asocia a parálisis, huida de empresas, dirigentes insensatos, parlamentos de mentirijillas y políticos que huyen incluso sin ser reclamados. Aquí ya no hay épica ni sueños de poeta ni viajes a Ítaca y sí un sentimiento de ridículo sin fronteras. Pero tranquilos amigas y amigos, como que aquí todo era simbólico, o sin validez jurídica, la Marca Cataluña también y no pasa nada.