El sesgo de la radiotelevisión pública Sorpresas te la vida.
La Generalitat ha pasado de tener unos medios de comunicación públicos con sesgo nacionalista y progubernamental durante la etapa de gobiernos de CiU a tener unos medios con sesgo independentista y más bien antigubernamental durante los últimos siete años.
La izquierda ha cumplido su compromiso de dejar la radiotelevisión de la Generalitat fuera del control gubernamental que caracterizó la etapa de gobiernos de CiU
El punto de arranque de este giro lo reveló en marzo de 2008 el que fue responsable de comunicación del presidente Pasqual Maragall, Jordi Mercader, en las memorias en las que explica, entre otras cosas, cómo se negoció el pacto para crear el tripartito de las izquierdas. "Lo primero que pidieron los negociadores de Esquerra Republicana", cuenta Mercader, "fue la responsabilidad sobre la política de comunicación del nuevo gobierno y lo que eso implicaba de influencia sobre TV-3 y Catalunya Ràdio, toda una premonición. El PSC aceptó inmediatamente".
Cabe preguntarse, sin embargo, si lo que inicialmente se produjo fue la renuncia de los socialistas, forzada, ante el órdago de ERC ("o nos dais la televisión u os quedáis en la oposición y nos la da CiU") a aplicar el modelo que llevaban en su programa, o si, simplemente, fue un episodio de realpolitik, un cínico acuerdo inicial igualmente gozoso para ambas partes sobre la distribución del botín. En todo caso, lo que resultaba de aquel pacto a dos era que el papel del tercero iba a ser el de víctima, como el presidente de Iniciativa Verds (ICV) y actual consejero de Interior, Joan Saura, ha comprobado amargamente cada vez que ha debido afrontar algún episodio crítico.
Esta situación de partida es lo que explica disparates como el fríamente descrito en el informe del Consejo del Audiovisual de Cataluña (CAC) de septiembre de 2009: el tratamiento de la campaña de agitación política cuyo eje era el simulacro de referendos sobre la independencia de Cataluña en Arenys de Munt y otras localidades se llevó ese mes 82 minutos y 12 segundos de los informativos de TV-3, mientras que el debate parlamentario anual sobre la orientación del Gobierno catalán, que dura dos días, obtenía 28 minutos y 44 segundos en los mismos telediarios.
Lo que ha sucedido en las dos últimas legislaturas es que, pese al pacto descrito por Mercader, la izquierda cumplió su compromiso de desgubernamentalizar TV-3 y Catalunya Ràdio, adquirido en la legislatura previa, la última con gobierno de Jordi Pujol en la que Maragall era el líder de la oposición. Pero la forma en que Maragall cumplió luego aquel compromiso resultó contradictoria. El presidente Maragall renunció, sí, a la facultad que Pujol había mantenido siempre en sus manos de escoger y designar a los directores generales de la radiotelevisión de la Generalitat entre políticos de su más estricta confianza personal y partidista. Pero el consejo de administración fue repartido a cuotas entre los partidos parlamentarios y su presidente fue no un hombre del presidente de la Generalitat, sino del partido que se lo había adjudicado en la citada negociación para la formación del tripartito; que era, y es todavía, Esquerra Republicana. Y de ahí, para abajo, aunque no hubo que cambiar mucho porque en los últimos años del pujolismo se había registrado ya una clara deriva hacia el soberanismo en la orientación de la radiotelevisión de la Generalitat.
Los recién llegados convalidaron la existencia de algunos mandarinatos internos situados fuera de control, siempre que se mantuvieran dentro del ámbito ideológico soberanista/independentista. Lo que para ellos era miel sobre hojuelas. Nació lo que puede definirse como la autonomía del poder fáctico TV3-Catalunya Ràdio.
El resultado de todo esto sólo podía ser nefasto para el tripartito. Esto es lo que explica
la insólita situación en la que la televisión pública catalana lleve toda la legislatura presentando prácticamente cada semana en horario de máxima audiencia al presidente de la Generalitat como un personaje corto de luces, un tonto, en sus programas de sátira política, que, naturalmente, son, como debe ser, programas de política a secas. Toda la legislatura. Y que se hayan alcanzado cotas tan altas de irresponsabilidad como la de permitirse emitir una sangrante burla de un discurso del propio presidente Montilla inmediatamente después de que éste se dirija por televisión a la ciudadanía en el discurso del Onze de Setembre, sin que a nadie se le pasara por la cabeza que alguien debía cesar, por decir algo.